La lógica torcida de las pesadillas

Husos y costumbres

Hay sueños que se repiten como una maldición, otros que parecen orquestadas por un autor demente. Todos nos enfrentan a una verdad inquietante: hay noches en las que el sueño se vuelve más real que la vigilia.

Aunque se dice que las escenas de los sueños no tienen razón particular de ser, buscamos darles significado. (Ilustración: Luz Cebrián)
Ciudad de México /

Durante años caí, casi cada noche, por las mismas escaleras. Era desesperante que el sueño me llevara siempre al rellano de mosaicos amarillos y negros sabiendo lo que seguía: la caída angustiosa, en cámara lenta, que se repetía una y otra vez. Nunca supe cómo me libré de aquel hechizo, qué conjuro logró que terminara. Hay algo maléfico en las pesadillas que se repiten, una especie de trama pueril, llena de defectos, pero eficaz en la medida en que logran aterrarnos. Y es que tienen un carácter particular, entre trágico y absurdo; al despertar sentimos alivio frente a la posible desgracia, pero también frente al sinsentido que ha envuelto todo de manera irremediable.

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A la medianoche, qué ciudad de sueños y pesadillas se ha de armar en el aire. De noche estamos solos y a la vez unidos por el sueño: si los sueños de cada uno se escenificaran simultáneamente en una dimensión corpórea, la realidad sería bastante parecida al teatro del absurdo o a la Divina comedia; un purgatorio con pequeños infiernos y paraísos intercalados. Quizá lo que pintaba Brueghel era esta probable realidad de los sueños que sólo los gatos parecen compartir, un campo de pruebas de fantasías y temores universales.

Dicen que los sueños son más bien arbitrarios, que no hay, a fin de cuentas, una razón para que nuestra máquina de soñar elija una cosa o la otra, aunque en el diván de los santos psicoanalistas o en el gabinete de los adivinos los contemos provistos de una lógica vaga que se acomoda a las cosas que vivimos durante el día, nuestros deseos o nuestras preocupaciones. Dicen también que son una especie de limpieza del cerebro: si fuera así, me imagino a una suerte de empleado distraído, lewiscarrolliano, que lanza cubetazos de agua sin ton ni son y deja el mobiliario de nuestra mente flotando en desorden, la consola entrechocando con la estufa, los sillones patas arriba. Después lo acomoda todo como puede e incluso medio lo compone; quizá rompe un adorno o un jarrón delicado y lo deja nada más puesto, a la espera de que no se note: a la hora de las pesadillas, nada está en su lugar.

Y sin embargo, hay pesadillas —y sueños en general— que nos dan la sensación de que alguien allá adentro escribió esas historias, que se arman de maneras curiosas, incluso con cierto ingenio, como cuando nos quitan la ropa a mitad de la calle o cuando tenemos que dar un concierto y no sabemos tocar ningún instrumento; pesadillas que nos descubren temores insospechados, pasiones y enemistades, gustos inimaginados y también torturas tan extravagantes que sólo podrían aparecer en los libros.

Pero sé que muchos abren los ojos y es en la vigilia donde continúa su pesadilla.

AQ

  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.

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