Jorge Negrete había venido a España para filmar Jalisco canta en Sevilla y, dada su popularidad en este país, aceptó acudir a una entrevista en Radio Madrid, de la Cadena SER, la estación más escuchada en aquel entonces. Ante el micrófono dio unas pinceladas de la época de oro del cine mexicano y cantó un par de temas, dijo, como agradecimiento por la hospitalidad de la Madre Patria. Cuando salió de la emisora se topó con una multitud que había paralizado el tráfico de la Gran Vía. Lo estaban esperando para pedirle autógrafos, besos y abrazos. Le metieron mano, le arrancaron un par de botones de su traje de charro y él, con su acento recio y una dosis de enfado, gritó:
“¿Aquí en España no hay machos o qué? ¡Nomás ven uno y enseguida se lanzan!”
Las mujeres se rieron, los hombres se indignaron, la Guardia Civil tuvo que escoltarlo hasta su hotel y su pregunta-reproche pasó a la historia.
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Siempre que en estos lares se habla del Charro Cantor, la anécdota se revive y suele rematarse con el estribillo de ese himno folklórico que es “¡Ay Jalisco, no te rajes!” El otro día, en el auditorio de la Casa de Cantabria en Madrid, la recordó José Manuel Conde, director de ese centro cultural situado junto al Parque del Retiro, al presentar al tenor Rafael Jorge Negrete, nieto del protagonista de películas como Juan sin miedo y Allá en el rancho grande. Fue un concierto que mezcló ópera, zarzuela y canción lírica mexicana y en el que el público estaba conformado por 300 ancianos y este viejoven que escribe.
Siempre he sido un antiguo. ¿Y qué? Todos los discos que tengo son de tangos, coplas, flamenco y rancheras (últimamente, de hecho, lo he estado pensando y creo que mi favorito es uno llamado Sinfonía de copla, un concierto en vivo de la Pantoja, tonadillera y expresidiaria, con sus infaltables peineta, mantón y bata de cola; ¡ole, guapa!), en el Palau de la Música Catalana en Barcelona, acompañada por la Orquesta Filarmónica Nacional… ¡de Moldavia!: una combinación exótica e irresistible que contiene éxitos como “Francisco Alegre”, “María de la O”, “Tengo miedo”, “Limosna de amores” y “Capote de grana y oro”.
¿A que es lo más de lo más? Almaceno en mi memoria las vidas y las canciones de un montón de viejas glorias populacheras y me sorprendo cuando escucho hablar de un tal Maluma. Si quieren saber de mi mundo raro, escarben en las canciones de Isabel Pantoja, Carlos Gardel, Joaquín Sabina, Camarón, Lola Flores y José Alfredo Jiménez. Y si un día me pierdo, búsquenme en un tablao flamenco, en una plaza de mariachis o en un concierto como el del nieto del ídolo y dirigente del gremio actoral que, tan solo acompañado por un pianista, es capaz de deleitar a la audiencia viejuna con canciones como “La traviata”, “La tabernera del puerto”, “Granada”, “Júrame” y “México lindo y querido”.
Rafael Jorge Negrete ha participado en decenas de festivales de ópera y canción popular de varias ciudades del mundo. Estudió en el Conservatorio Nacional de Música y ha participado con papeles efímeros en películas y telenovelas de poca monta. También es un asiduo en las fiestas del Issste y, con mucho esfuerzo, se autopublica y vende sus propios discos. Ya lo ven: no tiene el porte, la distinción, los recursos y la fama de su abuelo, pero se defiende con su voz de tenor y, francamente, sirve de “peor es nada” para amilanar la nostalgia patria cuando uno vive a más de diez mil kilómetros de México.
Al piano estaba Manuel Valencia, quien fue director de la Orquesta Sinfónica de Alcalá de Henares, y, como cantante invitada, la uruguaya Silvina Arroyo, frondosa soprano vestida de negro, quien contó, al borde las lágrimas, su viaje a “la bellísima” Tlacotalpan, Veracruz, tierra de Agustín Lara, donde se compró un rebozo que hasta la fecha no para de presumir y, para demostrarlo, se lo puso mientras cantaba temas como “Las leandras”, “Solamente una vez” y “Por la calle de Alcalá”.
Así que ahí estaba yo aquel día, entre la generación de cabecitas blancas que ha levantado España, coreando todos esos éxitos (no muy alto para no estropearlos), aplaudiendo como un chaval, chapoteando en mis gustos antiguos, evadiendo un rato la realidad, y concluyendo en mi interior: ¡ay, lo mal que estoy y lo poco que me quejo!
ÁSS