Con Perseguir la noche (Seix Barral, 2018), Rafael Pérez Gay culmina un tríptico familiar que comenzó con Nos acompañan los muertos (2009), donde los protagonistas son sus padres; siguió con El cerebro de mi hermano (2013), que obtuvo el Premio Mazatlán; y se cierra con esta novela en la que él es el personaje principal. En un resumen muy rápido, Perseguir la noche entrelaza dos historias: la de un grupo de modernistas que inauguraron la noche del siglo XX en la Ciudad de México y una actual, donde el protagonista se enfrenta al cáncer de vejiga que le diagnostican. En la siguiente conversación, Pérez Gay ahonda en detalles de la elaboración de la novela y reflexiona sobre la enfermedad.
En el poema que Sabines escribe a la muerte de su padre, encontramos los siguientes versos: “Me avergüenzo de mí hasta los pelos/ por tratar de escribir estas cosas./ ¡Maldito el que crea que esto es un poema!” Ante el exaltado pudor del poeta mexicano, ¿no es un poco impúdica esta tendencia a escribir sobre uno y su familia?
Puede serlo. Te voy a decir algo: cuando se atraviesa por situaciones límite —la enfermedad de uno mismo, la muerte de un ser querido— hay una carga de liberación. Eso lo sentí con toda claridad en el momento en el cual me enfermé y empecé a escribir como quería en ese momento. Hay una especie de streaptease literario, pero no hay tema que un escritor no pueda tocar. No hay asunto que un escritor no pueda revelar en el sentido más literario de la palabra.
Y de eso trata esta tercera entrega del tríptico que es Perseguir la noche. En este caso contiene varias noches: una tiene que ver con los intereses y gustos y obsesiones del narrador en una ciudad que ocurrió años atrás, con un grupo de escritores a los que he seguido durante mucho tiempo. Se trata de un grupo de escritores modernistas: José Juan Tablada, Amado Nervo, Bernardo Couto, Alberto Leduc, y sobre todo ese gran artista de artistas que fue Julio Ruelas. Una parte de mí cree que el cobijo de estos artistas me devolvió una parte de la vida. La primera noche es la que estos artistas de alma negra crearon en la Ciudad de México; de hecho, ellos fundan la noche de principios del siglo XX. En ningún sentido es una novela histórica porque está ocurriendo siempre en presente. La ciudad de esos artistas ocurre en presente en la mente del narrador y esa es otra noche. Hay quizá una noche más que es la de la familia, la de los recuerdos adolescentes e infantiles de este narrador, recuerdos activados por los tratamientos. Las enfermedades serias en algún momento te atacan y el ataque es una sensación de fracaso; uno dice “mi cuerpo ha fracasado, no supe esconderme, no supe evadirme”. Y ese fracaso es una de las formas del dolor, el dolor mental de un enfermo y el dolor físico también, que son los asuntos que hay que enfrentar y que están contados en una parte de este libro.
La otra cosa que me ocurrió es lo siguiente: hace mucho tiempo que logré deshacerme del falso dilema entre periodismo y literatura. Escribo lo mismo como si estuviera escribiendo para un periódico que como si estuviera encerrado en un gabinete para hacer una novela.
Esa liberación también la siento en cuanto a tu desinterés, digámoslo así, de seguir una forma canónica. Me parece que la parte de los modernistas la tenías planeada como una novela aparte y la retomaste de un modo diferente para Perseguir la noche.
Eso es lo que pasó. Lo dices bien: Perseguir la noche es la historia de un investigador de la cultura, un investigador de la Ciudad de México que tiene la ilusión de escribir una novela sobre los modernistas. Pero, como dice el narrador, la vida está hecha de postergaciones y los tontos siempre postergan lo esencial. Yo fui postergando esa novela pensando que había tiempo por delante. Y a veces el tiempo es una noción vaga que tiene límites muy precisos. En ese momento me diagnosticaron un cáncer de vejiga y entonces me doy cuenta, dice el narrador, que había que poner en orden algunas cosas: mis documentos, mis cuadernos... Yo pasé una de las mejores temporadas de mi vida intelectual en la Hemeroteca Nacional, allá en los años ochenta. Estaba haciendo una investigación sobre los periódicos porfirianos. Estuve investigando el periódico El Partido Liberal, que publicó el primer suplemento cultural que apareció en México y que dirigían Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo. Me dediqué también a leer La Libertad, que era la casa de Los Científicos, el grupo cercano a Porfirio Díaz; también el viejo El Universal, que fundó Rafael Reyes Spíndola, antes de fundar El Imparcial.
En esa temporada no había computadoras, así que me dedicaba a copiar a mano anuncios de la época, noticias de nota roja, pequeñas historias que me iba encontrando. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que las hemerotecas son máquinas del tiempo. Te cuento esto porque decidí sacar mis notas y quise ponerlas en la segunda trama de Perseguir la noche.
Te muestro el laboratorio del libro: me planteé presentar cómo surge la enfermedad, consideraciones sobre el dolor, consideraciones sobre la anestesia, sobre la insensibilidad y sobre la enfermedad y de ahí había que hacer una estación o cambiar de día, si se me permite el símil, para entrar a lo que ofrecía la Ciudad de México, al plan de evasión de los modernistas, y luego de eso había que llegar a la historia familiar, a un recuerdo para unirme otra vez con el adulto que ha cumplido 50 años y que los recibe con un diagnóstico de cáncer. Eso hay que repetirlo varias veces, y al repetirlo se va dando un conjunto. Y luego que tienes eso, vas armando en otra máquina del tiempo otro relato, haciendo intervenciones para que queden resueltos todos los enigmas que están planteados a lo largo del libro, que son tres o cuatro. Uno de ellos es una especie de viaje en el tiempo: en el sepelio de Bernardo Couto, uno de los modernistas dice que había un hombre ataviado incomprensiblemente; ese hombre es el narrador que ha llegado ahí. El personaje Villasana, un cubano santero que asegura que se comunica con los muertos, le dice: “ya conectamos con los modernistas; conectaste con ellos en la calle de Izazaga y te metiste en un lugar”. Izazaga se llamaba la Calle Verde, y en ella vivía Couto con Amparo, una prostituta. Entonces se le da una dimensión a Perseguir la noche que tiene que ver con los fantasmas del siguiente modo: la enfermedad se convierte en un fantasma, ese fantasma se quiere conectar con otros fantasmas del pasado, incluso cuando el narrador va caminando dice: “Seguro por aquí debió haber caminado Amado Nervo en 1898 para entrar en El Mundo Ilustrado y hablar con Reyes Spíndola”. Y Amado Nervo, cuando está con él, le dice: “He caminado, pero siento extrañas presencias”; “Demasiadas libaciones liberales”, le responde Reyes Spíndola. Esa presencia es la del narrador que va siguiendo los pasos de Nervo. De esas y otras menudencias está hecha Perseguir la noche.
Hablas de que la novela está hecha de mentiras, sueños y laberintos. Las mentiras y los sueños son claros y creo que los laberintos son las zonas con las que los interconectas.
Para que le dé una unidad y no parezca que estás contando historias completamente disímiles; para que sea una sola historia y sea verosímil. Yo digo que la naturalidad en literatura es lo más antinatural que hay. Parece como que es una conversación, como que se puede hacer fácilmente, pero tiene que pasar por ese laboratorio que estoy compartiendo. Este laboratorio está repleto de exigencias técnicas. Está lleno de exigencias que tienen que ver con la historia de ese narrador, porque no concibo un libro que no tenga detrás un trabajo de investigación. Así como te conté lo de la Hemeroteca, te cuento también que cuando saqué 20, 25 libros sobre la Ciudad de México y de estos autores, para mí fue un momento de plenitud empezar a leer los libros de José María Marroqui, de Artemio del Valle Arizpe, de Luis González Obregón, las memorias de Tablada, los cuentos de Couto... Fue un momento de gran plenitud. No soy un escritor de gabinete. Debo leer, debo investigar. Recuerdo, aunque este no fue un momento de plenitud, sino más bien un momento de desesperación, que leí ese gran libro que se llama El emperador de todos los males, de Mukherjee. Me leí tres libros sobre historia del dolor y así me enteré de que el persa Avicena decía que para evitar el dolor debíamos tener una pócima que primero nos adormezca; dos, que nos haga soñar; y tres, que nos permita dormir.
En un ensayo sobre La montaña mágica, de Thomas Mann, Juan García Ponce habla de la enfermedad como conocimiento y yo agregaría que también como autoconocimiento.
No lo recordaba, ese ensayo no estuvo en mis lecturas. Es curioso, pero ahora que mencionas a Juan García Ponce debí haberlo recordado porque es uno de los puntos más altos de alguien que ha soportado la enfermedad en su vida y se ha escapado de la muerte. Es uno de nuestros casos más admirables del escritor enfermo y con una productividad extraordinaria.
En cuanto a mí, yo decía una frase que suena como bravucona: si tienes una enfermedad seria, la tienes que ver de frente. Si le das la espalda, la enfermedad viene por ti y te acaba aunque no sea una enfermedad terminal. No se puede salir de la enfermedad sin sentir un poco de odio; ese odio proviene de algo que se llama carácter. No voy a hacer la historia de que el carácter te puede curar; el carácter no te cura, pero sí sirve para hacerle frente a algo que está dentro de ti. Decía Mukherjee del cáncer: lo que pasa es que es algo que te invade y está dentro de ti, que escoge una parte de tu cuerpo como santuario y en ese santuario va a estar instalado hasta que elija otros santuarios dentro de ti. Perseguir la noche también trata de cómo se enfrenta la enfermedad. Yo quise ver la parte más conceptual, más filosófica de lo que es un enfermo. Y, claro, con lo que tienes que luchar cada día, que es el miedo al dolor. Y luego, el miedo a la muerte, pero ella simplemente llega. La muerte está siempre entre nosotros, pero también está la vida. De modo que la noche siempre tiene momentos en que se siente un poco amenazada cuando comienza a amanecer.