Ramas | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

Todavía en junio la jacaranda conserva un par de ramos azulosos, solitarios, y parece ofrecerlos como un último regalo para quienes van perdiendo la esperanza.

Un camino con algunos árboles de jacaranda a un costado. (Foto: Shutterstock)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Frente al ventanal de la sala crece una jacaranda bastante frondosa; puntual, desde finales de febrero da muchas flores y, junto con sus hermanas de la avenida, alegra la vida del vecindario. En estos meses, la jacaranda dio su espectáculo, pero quedó como un telón de fondo, un carnaval mudo al que nadie podía asistir del todo si no era desde los balcones. Tanta belleza en medio de la enfermedad ha sido como una película de David Lynch, con aquellas imágenes límpidas y coloridas que vemos con recelo porque sabemos que guardan un secreto siniestro, igual que esos peces tropicales venenosos.

Todavía en junio la jacaranda conserva un par de ramos azulosos, solitarios, y parece ofrecerlos como un último regalo para los habitantes de aquella ventana, quienes van perdiendo la esperanza en que la fiesta en las aceras retorne a sus antiguas maneras inocentes, sin consecuencias graves.

Frente a la habitación brilla también un liquidámbar. Ella ve las ramas que casi alcanzan la ventana y piensa que quizá, en algún momento, con un poco de valentía, cualquiera podría salir y encaramarse en la más resistente, pararse en equilibrio y echar a andar como aquel barón rampante de Italo Calvino. Ya encaminada de rama en rama, la persona visitaría la ciudad sin miedo a contagiar ni contagiarse, pues frente a las ardillas y los pájaros no hay necesidad de cubrebocas ni mayor cuidado que el de evitar alguno que otro rasguño, una mordida o un picoteo involuntario.

Así, puesto que la salida con los pies en la tierra se antoja de momento, si no imposible, por lo menos demasiado burocrática y excedida en precauciones, bueno es pensar en dirigirse hacia arriba, hacia un arriba perpetuo y arbolado, más cerca de ese cielo azul que en estos días nos regala un sol y un viento límpidos a la David Lynch. Con un poco de habilidad y equilibrio, la persona podría pasar de la jacaranda al fresno que está a su lado, luego al hule, y así recorrer la avenida como Cosimo, despreocupada del gel, los cubrebocas y las estadísticas. En realidad, este apartamiento de Cosimo es tanto más profundo en cuanto no se recluye, sino que obliga al resto a apartarse de él, a verlo siempre a la distancia. En la libertad de las copas de los árboles se podría comenzar una nueva civilización, dado el fracaso de ésta en la que caminamos por las calles contagiándonos de desgracias.

La vista retorna a la ventana, al aquí y ahora de este departamento como tantos en los que muchos escenificamos una obra que se llama La espera. El viento tiró algunas flores del ramo de la jacaranda, cada día más escuálido, pero el liquidámbar nos tiende las manos de sus hojas, como las de un espíritu chocarrero.

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