Hace poco, en un puesto callejero de libros, encontré, exactamente uno junto a otro, dos notables hallazgos: por un lado, la biografía de Kafka del italiano Pietro Citati; por otro lado, la Vida y pasión de Ramón López Velarde, del profesor y orador mexicano Baltazar Dromundo. La fortuna crítica de estos dos libros no podía ser más contrastante: el de Citati es un paradigma de la biografía como ejercicio literario; mientras que el de Dromundo es un estudio olvidado que nos interesa exclusivamente a los aficionados a López Velarde.
Más allá del contenido de los libros, y de la asimetría en la celebridad de los biógrafos, me llamó la atención la extraña vecindad de los biografiados en un mar de volúmenes y me hizo pensar en una correspondencia mágica entre dos genios malogrados y fraternos, como son Franz Kafka (1883-1924) y Ramón López Velarde (1888-1921). A raíz de esta casualidad pensé (sin duda no soy el primero que plantea esta correspondencia) en los muchos paralelos que existen entre dos contemporáneos, mártires de la literatura y hermanos de desventura, Ramón y Franz.
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Empecemos por las analogías más evidentes: ambos son hijos primogénitos y tienen relaciones difíciles con la autoridad paterna; ambos estudian leyes influidos por el padre; ninguno de los dos puede ejercer a plenitud su vocación de escritor y ambos deben crear su obra en horas robadas a la burocracia que les brinda escasas recompensas personales y materiales; ambos transcurren su vida en el núcleo de la familia, sufren la difícil cohabitación y sueñan con romper amarras sin lograrlo (Ramón, tras la muerte de su padre, asume como prematuro jefe de una familia muégano por la que siente constante angustia y responsabilidad; Franz es incapaz de escapar del nido, salvo en sus meses de agonía, y del maltrato de un padre déspota); ambos son enamoradizos y hacen famosas a sus musas (Fuensanta, Margarita, Felice, Milena, Dora) pero rompen promesas y compromisos y, por elección o fatalidad, permanecen solteros, aunque para nada célibes; los dos mueren jóvenes por sus débiles pulmones; ambos quedan casi inéditos y, parte de su pervivencia editorial, se debe a los amigos. La fama, que con ambos es esquiva durante su vida, acude a raudales, sobre todo en el caso de Franz, en forma póstuma.
Por lo demás, los dos crecen en la periferia de su cultura, en tirante relación con el centro (Franz el judío checo que escribe en alemán, Ramón el provinciano que choca con el gusto y las maneras de la elite literaria de la capital); ambos cultivan una introversión estética que los hace inmunes a las modas de su tiempo y desarrollan su propia revolución: Ramón esgrimiendo su excéntrica nostalgia y su atormentado y colorido erotismo; Franz, naturalizando la angustia, el absurdo y la rendición como rasgos definitorios del individuo moderno. Ninguno, pues, está “al día”, ni sigue programas estéticos o políticos y ambos extraen su inimitable subversión y novedad de sus más hondos abismos.
AQ