Recordar teléfonos | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Hoy sabemos muchas cosas, pero nos programamos cada vez más para el olvido.

Entre tantas cosas que hacíamos antes y ahora ya no hacemos, memorizábamos números de teléfono como canciones. (Generada con tecnología de DALL·E 3)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Acababas de conocer a alguien y te daba su teléfono o le dabas el tuyo y lo anotabas en un papel; a veces te decía que no era necesario, que se iba a acordar. Al recitar los números —todavía eran pocos— formabas sin pensarlo una rima, una canción. Esa canción era la que memorizabas, si te interesaba aquella persona por cualquier razón. La tonada de su teléfono se incorporaba a muchas otras en tu vida, a los momentos en que por gusto, necesidad o interés lo marcabas en el dial redondo al que no recuerdo cómo llamábamos. Y el dial iba y regresaba después de cada número señalando un ritmo y ese ritmo era el de la expectativa, la paciencia y a veces la desesperación. Así, entre tantas cosas que hacíamos antes y ahora ya no hacemos, memorizábamos números de teléfono como canciones: el de la casa por si nos perdíamos, el de los tíos, los abuelos y otros familiares, los de las amigas y los amigos con los que platicábamos eternidades sin movernos de junto a la mesita, los de los amores que parecían siempre tener una tonada especial. Los que sólo eran necesarios sonaban a sonsonete.

En algún momento de los años setenta, todos nos aprendimos el del Consumidor, pues traía su canción incorporada y seguro nadie lo ha olvidado: he leído que la memoria más remota se refugia en el oído y quienes la pierden por distintas enfermedades conservan más tiempo el recuerdo de la música. Así, entre nuestros recuerdos permanecen, con su ritmo y su música peculiar, los números de teléfono de lugares que ya no existen, de personas que ya no podrán contestar, escritos alguna vez en agendas y papeles perdidos.

Ahora los teléfonos tienen diez números y aunque no son tan difíciles de memorizar, ya no es necesario hacerlo. Recordamos los más cercanos y de los muchos otros sabemos, quizá, con qué cifra comienzan y en ocasiones ni eso: nos los transmitimos por el WhatsApp y se los dejamos encargados al cerebro portátil que llevamos en la bolsa para ocupar la mente en cosas más importantes, más grandes quizá, que quedan atrás sin y no nos dejan huella. Sabemos muchas cosas pero nos programamos cada vez más para el olvido.

De niña pensaba mucho, no sé por qué, en que podría estar perdida en el desierto, pero encontraría una caseta telefónica y ahí podía marcar el número salvador resguardado en mi memoria con la forma de una pequeña canción. Ahora pienso que ya no hay casetas y sin el teléfono portátil sería difícil llamar por rescate. De todos modos he de confesar que ya no me gusta hablar por teléfono porque la prisa de ir al grano me agobia y me vuelve torpe. Prefiero explicarme en mensajes escritos, mensajes que puedan guardar, quizá, alguna música.

AQ

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