Confieso que no he sido capaz de ponerme a ver el documental de María José Cuevas sobre la tristemente célebre “mataviejitas”, por el hecho de que esta mujer asesinó a la que fue la mejor amiga de mi madre al final de su vida: Nancy Vicens. He leído en una entrevista con la directora que no quiso hablar con la asesina directamente y que ella y la productora decidieron darle el papel central a las víctimas y a sus familias, pero me temo que es inevitable —puesto que aquella mujer es el factor principal que las une en la desventura, así como el propio nombre del documental—, darle una preeminencia inmerecida, de manera que yo hablaré de Nancy, a la que el Mal alcanzó de manera tan atroz.
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Nancy Vicens nació en Colombia, según la Wikipedia, en 1911. Conoció a su esposo, el exiliado catalán Luis Vicens, en Barranquilla y ya casada con él vino a México en los años sesenta. Había realizado la película La langosta azul con un grupo de colombianos, entre los que se encontraban Gabriel García Márquez y ya en nuestro país formó parte del grupo Nuevo Cine al que perteneció mi padre. Fue guionista, crítico de cine, director, y fundó la Filmoteca de Bogotá. Murió en 1983, dejando a Nancy viuda.
De carácter afable y dulce, Nancy Vicens vivía en una casa hermosa que tenía una bóveda catalana en la calle de Reforma en Coyoacán, muy cerca de la que habitó Jorge Ibargüengoitia con su madre y su tía, las célebres Antillón. En las visitas solía mostrarnos su impresionante colección de cuadros de amigos, reunida a lo largo de su vida, y agasajarnos con una gran generosidad. No la olvido recorriendo Coyoacán con su perrita negra, siempre activa, siempre sonriente, siempre enterada de todo, muy amiguera. Mamá se sorprendía de que a edad ya avanzada Nancy anduviera en camiones por la ciudad y no se perdiera exposición, película o visita; era lo contrario de ella y siempre la animaba con su amor a la vida.
Fue muy duro el día en que nos dieron la noticia de que la habían encontrado asesinada, luego de que la perrita estuvo ladrando desesperada hasta que abrieron la casa. Decían que la última visita había sido una enfermera a la que ella misma dejó entrar aquel aciago 19 de noviembre de 2003. Darle la noticia a mamá fue muy difícil y triste; los mayores saben que irán perdiendo a sus amigos, pero nunca así. Al final leímos de las otras ancianas, de aquella mujer enferma y sin piedad que les quitó la vida.
En un país en el que se celebra la crueldad y en el que los asesinos suelen recibir más fama y consideraciones que las víctimas, yo desde aquí rindo este pequeño homenaje a la querida Nancy. Alguna vez me animaré a ver el documental.
AQ