Regalo sorpresa | Un cuento navideño de Lourdes Laguarda

Ficción

Bruno ha recibido muchos regalos, pero nunca había recibido un fantasma.

Las primeras pistas de la presencia del fantasma se manifestaron pronto en la casa. (Unsplash)
Lourdes Laguarda
Ciudad de México /

En sus nueve años de vida, Bruno había recibido muchos regalos de Navidad: cubos de madera, peluches, carritos, pelotas, robots, castillos, libros, calcetines, crayones… incluso, un perro. Pero nunca, nunca, había recibido un fantasma.

Fue un error, por supuesto. Al envolver el regalo, el abuelo nunca imaginó que ese tren de colección estuviera embrujado y, más tarde, al desenvolverlo en Nochebuena, Bruno no sospechó que hubiera puesto en libertad a un ser espectral.

Las primeras pistas de la presencia del fantasma se manifestaron pronto en la casa. Una leve sacudida en las esferas del árbol. Una puerta movediza. Un par de regalos tambaleantes. Un escalofrío repentino. Una sombra pasajera en la cocina… Sin embargo, Bruno no notó las señales hasta la hora de la cena, cuando su taza de ponche de frutas se volcó misteriosamente y los cubiertos del pavo salieron volando. Pese a todo, ni el abuelo ni sus padres ni sus tíos ni sus primos parecían enterados de las fechorías del espíritu. Solo él, convencido de su existencia, miraba con pánico a su alrededor, en busca de las pistas que el ánima dejaba a su paso: la ondulación sutil de las persianas, el acorde inexplicable en el piano, el robot repentinamente animado, el cachorro jugueteando con la nada…

          ―¿Bruno? ―llamó de pronto su madre―. ¿Bruno? ―el pequeño sacudió la cabeza y parpadeó un par de veces―. ¿Ya terminaste de cenar? Es tarde. Deberías ir a dormir.

          ―Pero, mamá…

          ―Ya pasa de la medianoche. A la cama.

          ―Pero…

          ―¿Qué ocurre?

Bruno se acercó a su oído y le habló en voz baja:

          ―Me da un poco de miedo. Creo que hay un fantasma en la casa.

Su madre le sonrió con ternura:

          ―Los fantasmas no existen, mi vida.

          ―¿Segura?

          ―Segura. Casi tanto como que los renos no pueden aterrizar si no estás dormido cuando lleguen.

Bajo la promesa de más regalos, Bruno se armó de valor y caminó a su recámara. Aún temeroso, se puso su piyama y, con la luz aún encendida, se hundió debajo del cobertor hasta quedar sepultado por completo. Una vez ahí, resguardado por la tela, cerró los ojos con fuerza y apretó los puños, rogando que el fantasma se hubiera quedado en la sala. Pero no tuvo suerte. Apenas un minuto más tarde, escuchó pasos en el cuarto, seguidos por el chasquido del interruptor de la lámpara. Sumido en la penumbra, salió disparado de su capullo hasta el punto más lejano de la cama, donde se replegó, temblando.

          ―¿Señor Fantasma? ―preguntó, con la mitad del rostro cubierto por las sábanas y la mirada inquieta―. ¿Señor Fantasma, está ahí? ―silencio―. Ya no es Día de Muertos ―nada―. ¿Se perdió en el camino de regreso de la ofrenda?

Más pasos y un suspiro:

          ―Perdóname, Bruno. No fue mi intención asustarte ―aseguró una voz extrañamente familiar―. Soy un poco torpe ahora como fantasma.

Con esas palabras, un rostro translúcido se materializó en el aire, portando esa sonrisa cálida que él reconocería en cualquier sitio.

          ―¿Abuela? ―preguntó, sorprendido, mientras se levantaba de un brinco―. ¡Te extrañé muchísimo!


Lourdes Laguarda
Narradora. En 2012 obtuvo el Premio de Cuento el Mecanismo del Miedo.

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