Una distopía de papel crepé

A fuego lento

En Retrato de mi madre con perros, Daniel Rodríguez Barrón plantea tópicos ya descoloridos del cine y anula cualquier acercamiento literario a la realidad.

Detalle de la portada de 'Retrato de mi madre con perros'. (Planeta)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Empiezo por el título, un desacierto: Retrato de mi madre con perros (Seix Barral). O los editores ignoran la existencia de Autorretrato de familia con perro, de Álvaro Uribe, o, sabiéndolo, cultivan la falta de originalidad. Ahora vienen las páginas iniciales. El protagonista de la novela, Jacobo Flores, tiene, como él mismo lo llama, un momento proustiano: su madre tirándose pedos con los que intenta reproducir la tonada de “Todo lo que necesitas es amor”. Con estas señas de identidad, no es difícil augurar lo que nos espera.

Daniel Rodríguez Barrón ha proyectado una distopía —estamos en el año 2070— en la cual reconocemos algunos tópicos ya descoloridos del cine y las series de televisión. A estas alturas de la ficción apocalíptica, ¿qué nos dice una ciudad azotada por una epidemia devastadora, gobernada por un dictadorzuelo y vigilada por drones, donde se ha impuesto el toque de queda y cuyos habitantes deben revelar sus quehaceres cotidianos a través de internet a cambio de una ración de artículos higiénicos y comida? Casi nada que no haya sido imaginado por Zamiatin, Vonnegut o Atwwood.

El retrato de la madre llega hasta el lector a través de esos mensajes enviados al omnipresente ciberespacio. Su tono es artificialmente provocador y su contenido oscila entre lo procaz y la rebeldía como pose. De esta manera, leemos: “eras capaz de todo por madre, no te quedaba más que arrodillarte y besar sus pies, darte vuelta y besarle el dorso de sus rodillas, y meter las narices en su culo y encontrar los rollitos de papel higiénico que se le quedaban en los pelos e intentar deshacerlos con la lengua”. Más que escandalizar —una acción reservada, si acaso, para amas de casa sin otro oficio que la telenovela nocturna—, Daniel Rodríguez Barrón consigue anular cualquier acercamiento literario a la realidad, por lo que no pasa de ser lo que se supone que es: vulgar y muy bien organizada.

Retrato de mi madre con perros convoca también a un padre ausente; una corte de sueños, delirios y anatemas; alucinaciones al calor de cocteles de ansiolíticos y whisky; apariciones esperpénticas y hasta algunas representaciones teatrales. Como cualquier batiburrillo, echa mano de productos de muy pobre calidad. El resultado son 164 páginas que no llevan a ninguna parte.

ÁSS

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