Arturo Pérez-Reverte tiene el talento y la habilidad para hacer entrar a los lectores en la época que se le antoje: la España del Siglo de Oro (la saga de El capitán Alatriste), la Europa de la Segunda Guerra Mundial (El italiano), el Buenos Aires de los años veinte (El tango de la vieja guardia) o el México de comienzos del siglo XX, donde ambienta su nueva novela, Revolución (Alfaguara), una historia protagonizada por el ingeniero español de minas Martín Garret, quien se ve involucrado en algunos sucesos trascendentes.
El relato, cargado de acción y apuntalado por una exhaustiva documentación, describe los escenarios, ambientes, costumbres, formas y giros del habla de la época en que habitan los personajes. El lector se ve sumergido en la toma de Ciudad Juárez, una de las primeras grandes victorias revolucionarias, en la batalla de Celaya —donde las tropas de Carranza y de Obregón doblegaron a los villistas—, o en la entrada de la División del Norte y el ejército zapatista a la Ciudad de México.
Otra de las cualidades de Pérez-Reverte es lograr que sus personajes principales cobren una dimensión casi mítica a ojos del lector, que identifica su dimensión humana, forjada a base de sinceridad, valentía, lealtad, contradicciones y dudas, y que sirven para afincar los rasgos del elenco que los acompaña: soldados, militares de todo rango, burgueses y empresarios, y un trébol singular de mujeres.
Martín Garret se ensucia las manos y vive la gran gesta mexicana del siglo XX, así como el amor y el desengaño, para pasar de ser un testigo de los acontecimientos a alguien que “busca que lo truenen” al intentar “comprender las cosas”, deambulando por una extraña geometría donde la sangre y la carne herida, como escribe el narrador, son solo factores secundarios, hasta que asume, de forma cada vez más serena, cuánto horror, incertidumbre y dolor encierra la combinación mexicana de vida y muerte. Así, a sus veintiséis años, acaba convertido en “un hombre de güena ley”, un “gallo jugado, tan valiente como el primero que se comió un zapote prieto”.
Revolución cuenta con un puñado de personajes que ejercen de coprotagonistas: Diana Palmer, reportera del New York Evening Journal, la North American Review y Life; un notario que deja testimonio de cuanto se ha dicho y hecho; Maclovia Ángeles, una adelita ruda y callada, que comprende su destino al lado de los soldados, y Yunuen Laredo, una burguesa cuya vida está marcada por los compromisos de la sociedad a la que pertenece y que atrapa los pensamientos más íntimos de Garret. Junto a ellos están los hombres de lucha: el generalísimo Pancho Villa y Genovevo Garza, lugarteniente del Centauro del Norte, quien se convertirá en el compañero de fatigas y compadre de Garret. Destacan igualmente los secundarios de lujo que se tornan demasiado humanos, como Francisco I. Madero y su hermano Gustavo; Tom Logan, mercenario gringo de origen irlandés que se hundirá con la revolución; Jacinto Córdova, un federal que acabará admirando el sentido del honor de Garret y su sincera manera de ver y estar en el mundo; y el indio Sarmiento, un soldado de Villa que se revelará ladino y traicionero. La Revolución se muestra como un movimiento que se disuelve casi desde el inicio por traiciones y mentiras, y con la cual los ricos volvieron a ser los de antes, y también los pobres, porque, como dice Pancho Villa, “los puercos de antes no pierden el olor, son los puercos de siempre”.
Un halo mágico lo envuelve todo en esta novela de Pérez-Reverte. Lo afirma su personaje principal: “Me he enamorado de esta revolución y su gente”. Y añade: México es “un país singular. Un lugar violento y raro”, y al que el narrador describe “siempre enfermo de sí mismo”, “un perpetuo sobresalto”, la “geometría del caos”.
AQ