Calasso, el lector impuro

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La fórmula de lectura calassiana y sus ecos en su labor editorial sólo se entienden cabalmente dentro de una reverberación poética y analógica.

Roberto Calasso en el salón del edificio Caixaforum. (Foto: Alberto Estévez | EFE)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Es sabido que Roberto Calasso fue, antes que nada, un lector prodigioso que, desde niño, asombraba a sus interlocutores con su erudición y discernimiento. Este empedernido e insaciable devorador de libros también resultaba desconcertante por su alejamiento de los modelos convencionales de lectura. La forma de leer de Calasso (y sus sublimes ecos en su labor editorial y en su escritura) rebasa el carácter instrumental, el conocimiento positivo y el análisis racional y sólo se entiende cabalmente dentro de una reverberación poética y analógica. Así, la fórmula de lectura calassiana resultaría sospechosa e impura por varias razones: su curiosidad, que traspone osadamente las fronteras disciplinarias; su extemporaneidad, que mezcla épocas, civilizaciones y cosmovisiones, y su voluptuosidad, que se solaza tanto con los argumentos e historias como con la música y la figuración de las palabras. Se trata de una lectura que aspira a ser absoluta; una ambición desmesurada para, mediante el rodeo por otras eras, abordar su propio tiempo, descubriendo los restos del mito más arcaico en la gesticulación contemporánea, observando los despojos de lo sagrado encaramados en lo cotidiano. Esta forma de intelección (que comparte con un pequeño linaje de autores desde Canetti y Lezama Lima hasta Callois, Girard o Quignard) resulta inaceptable para los modos ortodoxos de lectura, pues desafía su hambre de dogmas, simplificaciones y certezas edificantes.

A partir de su condición de lector impuro, Calasso irrumpió violentamente en disciplinas como la antropología, la filosofía, la filología, el psicoanálisis, la historia antigua y la historia de las religiones para, desde esas regiones del saber, brindar atisbos de lo inefable. Se trata de una ambición que, aunque nutrida del mayor rigor, rechaza la exposición sistemática y se nutre de las correspondencias insólitas. Calasso quiere hacer una tentativa múltiple de desciframientos que requiere utilizar instrumentos oscilantes entre la poesía y la religión, como la analogía, la paradoja o la epifanía. En los libros más representativos de este método de lectura, La ruina de Kasch o Las bodas de Cadmo y Harmonía, por ejemplo, Calasso superpone escenas históricas, organiza una excitante rapiña de símbolos y patrocina una orgía de seres reales, míticos y fantasmales. Si su incomodidad y desdén del tiempo presente lo llevan a hurgar en lo arcaico, ese punto de comparación le permite refrescar la perspectiva de su época. Al final, Calasso revela un curso histórico que, con empobrecidos ropajes simbólicos, replica el mismo afán de dominación y de violencia. Por eso, el intento de Calasso va mucho más allá de la taxonomía de los mitos que patentó el estructuralismo, pero también de esa pretensión ingenua de restituir al mito como forma de conexión con el mundo. Su escritura más bien apunta a lamentar el extravío de una era, la nuestra, saqueada de dioses y habitada por todo tipo de falsas deidades.

​AQ

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