¿Cuál era el verdadero rostro
de la legendaria Marilyn Monroe?
¿El rostro que no conocía
punto de reposo en la pantalla?
¿El de las diez mil fotografías?
¿El que veía en el espejo?
¿Existió acaso? ¿Fue real?
¿O solo existió la pobre
Norma Jean Mortenson?
Una mujer torturada toda su vida
por sus propias ambiciones,
sus fantasmas y traumas,
por chantajistas y acosadores.
Una mujer que vivió desesperada
por demostrar que en realidad
era una gran actriz dramática
mientras que a contracorriente
construía un personaje inolvidable…
tanto como el Charlot de Charlie Chaplin,
Lola Lola, de Marlene Dietrich,
o el rebelde sin causa de James Dean.
Una diosa de la pantalla,
plateada y superficial,
espectacular y seductora,
siempre disponible a la mirada.
¿A cuántos hombres les importó
el profundo deseo de Norma Jean
de convertirse en Sarah Bernhardt?
Cuando el dramaturgo Arthur Miller
(por algo se casó con un dramaturgo
después de separarse de un beisbolista)
le escribió un papel que ella esperaba
fuera dramático en The Misfits
(Los inadaptados), su última cinta completa,
y se encontró, una vez más,
con la redundante rubia tonta
(mucho menos tonta de lo que todos creían)
se derrumbó para no levantarse más.
A sus acres reclamos a Miller
durante la filmación él le respondió
con una pasmosa falta de sensibilidad:
“¡Entiende que tu personaje es una broma!”
La lectura de Norma Jean: “¡yo soy una broma!”
Y nunca lo fue… ni siquiera su personaje.
Menos lo fue su supuesto suicidio.
Sin embargo, y a pesar de todo,
Marilyn Monroe cumplió con su destino.
Éstas pudieron haber sido
las últimas palabras escritas
en sus deshilachados diarios:
“La imperfección es belleza.”
AQ