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Rostro | Por Alberto Blanco

Meditaciones

Existe un libro de poemas del autor de esta serie dedicado por entero al arte cinematográfico y publicado por Ediciones Sin Nombre: ‘Medio cine’.

Alberto Blanco
Ciudad de México /

¿Cuál era el verdadero rostro

de la legendaria Marilyn Monroe?


¿El rostro que no conocía

punto de reposo en la pantalla?

¿El de las diez mil fotografías?

¿El que veía en el espejo?


¿Existió acaso? ¿Fue real?

¿O solo existió la pobre

Norma Jean Mortenson?


Una mujer torturada toda su vida

por sus propias ambiciones,

sus fantasmas y traumas,

por chantajistas y acosadores.


Una mujer que vivió desesperada

por demostrar que en realidad

era una gran actriz dramática

mientras que a contracorriente

construía un personaje inolvidable…

tanto como el Charlot de Charlie Chaplin,

Lola Lola, de Marlene Dietrich,

o el rebelde sin causa de James Dean.


Una diosa de la pantalla,

plateada y superficial,

espectacular y seductora,

siempre disponible a la mirada.


¿A cuántos hombres les importó

el profundo deseo de Norma Jean

de convertirse en Sarah Bernhardt?


Cuando el dramaturgo Arthur Miller

(por algo se casó con un dramaturgo

después de separarse de un beisbolista)

le escribió un papel que ella esperaba

fuera dramático en The Misfits

(Los inadaptados), su última cinta completa,

y se encontró, una vez más,

con la redundante rubia tonta

(mucho menos tonta de lo que todos creían)

se derrumbó para no levantarse más.


A sus acres reclamos a Miller

durante la filmación él le respondió

con una pasmosa falta de sensibilidad:

“¡Entiende que tu personaje es una broma!”


La lectura de Norma Jean: “¡yo soy una broma!”


Y nunca lo fue… ni siquiera su personaje.

Menos lo fue su supuesto suicidio.


Sin embargo, y a pesar de todo,

Marilyn Monroe cumplió con su destino.


Éstas pudieron haber sido

las últimas palabras escritas

en sus deshilachados diarios:

“La imperfección es belleza.”

AQ

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