Samuel Johnson: ¿escritor o personaje?

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En su obra, el crítico inglés plasmó numerosas lecciones sobre el ejercicio de la opinión que no sólo siguen vigentes sino que son cada vez más necesarias.

Retrato de Samuel Johnson en 1772, del pintor Sir Joshua Reynolds. (Wikimedia Commons)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Samuel Johnson (1709-1784) es un autor imponente que, por azar, ha pasado a la posteridad, más como personaje que como escritor, gracias a la célebre biografía que le compuso James Boswell. Se sabe que era un hombre pobre de provincia que anhelaba conquistar Londres; que se mudó a la capital a los 28 años; que tenía hambre permanente, maneras maniacas y una curiosidad intelectual desbordante; que generó su prestigio y autoridad por su ingenio e inflexible disciplina autodidacta y que, dentro de su temperamento melancólico, tenía momentos de alegría explosiva y le gustaba la conversación con gente de todas las condiciones. Es sabido también que, además de sus olvidadas obras poéticas, dramáticas y narrativas, emprendió, con mal pago, proyectos titánicos, indispensables para el idioma y el canon inglés, como la edición de las obras de Shakespeare, su famoso diccionario y sus extraordinarias vidas de poetas. En este crítico fundador destacan la versatilidad de competencias; la firmeza de carácter y el más refinado y feroz talento polémico. Precisamente, esa libertad y ese humor viperino, que no respeta ni al naciente ídolo Shakespeare, le brindan su sorprendente actualidad. Ensayos literarios. Shakespeare, vidas de poetas y The Rambler (Galaxia Gutenberg, 2015) es una magnífica selección de tres de sus facetas más brillantes: el exégeta y editor de Shakespeare; el biógrafo, precursor del canon inglés, y el avezado conversador que se siente a sus anchas en la tertulia periodística.

Johnson analiza el hecho literario con sobriedad y sentido común, sin regatear al arte su potencial de elevación espiritual, pero sin colocarle ese halo casi sagrado, que llegó a imprimirle el histrionismo romántico. Por lo demás, su discernimiento crítico se basa en el equilibrio y Johnson es preciso en sus elogios, pero también en sus duras e hilarantes objeciones. Por ejemplo, el Shakespeare de Johnson es desaliñado, inculto y a ratos desarticulado, pero tiene la suprema virtud literaria de, como diría luego Harold Bloom, “inventar lo humano”. Así, afirma Johnson: “En las obras de otros poetas un personaje es, demasiado a menudo, un individuo, en las obras de Shakespeare, suele ser una especie”. En sus Vidas de poetas ingleses Johnson practica la biografía con una mezcla de admiración y severidad, empatía y crueldad, y le imbuye tanto la lucidez de la exégesis crítica como la emoción de la novela. Por su parte, sus ensayos y divagaciones muestran sapiencia, humor y capacidad de observación, así como una afable pedagogía civil. No parece haber en esta prosa una sola frase que no surja de la reflexión reposada, de la experiencia personal o de la erudición vivida como necesidad y ello le otorga su poder de seducción, su permanencia y su dignidad estética. Si algo enseña Johnson, y resulta muy necesario en estos tiempos de abusiva locuacidad, es que el ejercicio de la opinión entraña mucho rigor intelectual, responsabilidad moral y don de estilo.

AQ

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