De santos, muertos y altares | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

"A mis cercanos, les pondré muchas flores. A los escritores, algunos libros y quizá papel y pluma por si quieren dejar algún mensaje. A todos los demás, quizá, la vacuna o el medicamento que no alcanzaron".

"¿Cuántos altares llenarán la ciudad y el país después de tantos fallecidos?". (Foto: Nick Fewings)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

¿Por qué en esta época se empeñan los de mi barrio y las colonias aledañas en lanzar cohetes? Quién sabe a cuántos santos circundantes celebran, incluso de día, cuando nadie ve su luz. Con tantos de ellos protegiéndonos a cambio de tronidos en las nubes y olor a pólvora, deberíamos ser inmunes a cualquier desgracia, pero no es así, al punto de que ya sentimos temor de que las jubilosas explosiones sean otra cosa. Ya va a empezar la guerra, dice mi esposo en cuanto empieza a sonar la retahíla. Ya estallaron veinte tanques de gas al mismo tiempo, pienso yo, o algún cártel de nombre colorido se adueñó de Coyoacán. En los últimos años me pregunto si San Lucas, San Francisco, el Carmen y la llamada Concepción, entre tantos otros, se alegrarán con este pedorreo celestial o si nada más se despiertan igual de espantados que nosotros. Ya sabemos lo difícil que es hacer planes en esta época; cualquier ruido podría ser el lindero con una nueva catástrofe, una plaga, una erupción volcánica, un temblor. Así que como los perros, nada más escuchamos explosiones y agachamos las orejas.

Y más ahora que se acerca el Día de Muertos: ¿cuántos altares llenarán la ciudad y el país después de tantos fallecidos?, ¿se convertirá la pirámide del zócalo en una ofrenda enorme con panes de muerto y cempasúchil escalonados? El gigantesco tzompantli lo habrán puesto la pandemia y la violencia que no cesa. Los sacrificios se seguirán ofrendando simbólicamente cada mañana desde el altar televisivo, aderezados con el azúcar de las promesas y el noticiero de Canal 11 en el que todo siempre va bien —en su humilde casa lo vemos para ahorrar en Rivotril—, junto con el ácido de los ataques contra todo lo que se mueve. ¿Será el desfile de disfraces una danza macabra sin cubrebocas? Quizá el 2 de noviembre el presidente tache a los muertos de neoliberales y egoístas, por no acompañarlo en sus grandes planes.

¿Y qué podríamos poner en nuestro humilde altar casero, amén de la tristeza por tanta gente ida y querida? Desde los más cercanos, pasando por aquellos que tanto quisimos y admiramos, hasta todas las víctimas de este país caníbal, el muro no alcanzaría para tanta foto. A mis cercanos, les pondré muchas flores, no sólo de cempasúchil, y algunas cosas dulces que les gustaban. A los escritores, algunos libros, sus bebidas correspondientes y quizá papel y pluma por si quieren dejar algún mensaje. A todos los demás, quizá, la vacuna o el medicamento que no alcanzaron, el aviso que no pudieron recibir y alguna esperanza. Lo que no sé es si las calaveras de azúcar resulten a estas alturas un mal chiste, si acaso muchos prefieran nomás no regresar.

AQ

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