Quienes leyeron Ausencio (2019), una sorprendente novela sobre la figura paterna, se sentirán más que familiarizados con algunas de las atmósferas enrarecidas de Señales distantes (Almadía). Reconocerán esos pueblos resecos por el abandono, esas presencias humanas que se consumen de humillación y tristeza, y un estilo que se impone a base de imágenes coloridas y grandes dosis de paciencia.
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Señales distantes reúne diez relatos de factura e intereses desiguales. Puede recorrer la finitud rural, bordar una pesadilla urbana o aun interpretar el cuadro famoso de Katsushika Hokusai: “El sueño de la mujer del pescador”. Puede elegir una voz femenina y a la vuelta de la página presentar a un narrador masculino o recurrir a la omnisciencia decimonónica. No hay duda de que Antonio Vásquez cuenta con recursos suficientes para imponer un tono y modelar a un personaje, pero también que se siente mucho mejor cuando el relato se instala en aquellos escenarios donde un cura es capaz de afirmar “Cuando Dios al fin cierre su ojo, todos desapareceremos” y los hombres se transforman dolorosamente en un montón de piedras. Hablo de “Prima materia”, “La jaula”, “Soledad”, “Señales distantes” y “Gestación”, en los cuales observamos la intemperie existencial que prometen los poblados sin esperanza ni puerta de salida. El que da nombre al libro, por ejemplo, quizá el más notable, trae hasta nosotros el rumor desconsolado de quienes peregrinan de un lado a otro en busca de un familiar desaparecido: “Mis sollozos se pierden entre los sollozos de los demás, pero las lágrimas permanecen, enfriándose sobre mi rostro”, leemos.
Antes dije que Señales distantes se resuelve como un libro desigual. Aunque es patente el ánimo de establecer un carácter unitario, dejando huellas en cierto lugar de un relato que más tarde encontramos en algún otro, queda la certeza de que Antonio Vásquez fue incapaz de conciliar lo terrenal y la vacuidad celestial. Ofrezco una muestra lamentable: “Gnossienne”, que cierra la lectura. Hay un músico tocado por un hálito divino, una multitud que hace las veces de un coro mudo de oficiantes, un desasosiego que parece provenir del origen de los tiempos y una invocación a la madre que nunca quiso parir. ¿Y este viaje de hongo?, pregunto. ¿Por qué malograr lo que había comenzado de tan buena manera?
Señales distantes
Antonio Vásquez | Almadía | México | 2020
AQ | ÁSS