Señoras de la mafia

Café Madrid

'Las buenas madres', libro convertido en serie, narra la historia de las mujeres de la ‘Ndrangheta que desafiaron a esta organización criminal para proteger a sus hijos.

Imagen de la serie 'Las buenas madres'. (Cortesía: Disney +)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

A principios de la segunda década de este siglo, Lea Garofalo se convirtió en un símbolo de la lucha contra la mafia en Italia. Hija, hermana y esposa de capos de la ‘Ndrangheta, con su testimonio hizo temblar los cimientos de la organización criminal y evidenció que las mujeres son mucho más que un adorno en la estructura delictiva. Su historia protagoniza Las buenas madres, el libro del periodista Alex Perry que luego Disney+ transformó en serie de televisión.

Con más de 150 años de existencia, la ‘Ndrangheta está considerada la mafia más poderosa del mundo. Trafica el 70 por ciento de la cocaína y de la heroína que circulan por Europa, vende armas ilegales y blanquea miles de millones de euros al año gracias a un robusto entramado de empresas y negocios. A base de lealtad y discreción (omertà) y con la complicidad de varios sectores gubernamentales y sociales, debidamente bonificados, su presencia en buena parte del planeta está consolidada. Y en torno a ella se encuentra la misoginia de los hombres y el servilismo de las mujeres. Hasta que alguien salta y se rebela, claro.

Desde que era niña, Lea Garofalo se sentía incómoda en medio del ambiente delictivo. Así que vio en el amor la puerta de salida. Tenía 17 años cuando se fugó con su novio, se quedó embarazada y pensó que otra vida era posible. El espejismo se vino abajo casi enseguida, cuando se dio cuenta de que su novio sólo la había utilizado para ascender en la ‘Ndrangheta. Ella era la hermana del jefe y, siendo el cuñado del jefe, el poder y el respeto dentro de la organización estaba asegurado.

Cuando nació su hija, Lea se hartó de los malos tratos y del día a día entre sangre y delitos y fue a contarle a la policía todo lo que llevaba viendo y escuchando durante años. Pero mancillar el honor de la familia sólo tenía un precio: la muerte. Por eso su hermano le dijo a su cuñado: “tú serás el encargado de matarla”. En la fiscalía italiana se dieron cuenta de la importancia del testimonio de Lea Garofalo y la catalogaron como testigo protegido. Con su hija en brazos, cambiaba de ciudad varias veces pero no percibía grandes avances en el desmantelamiento del crimen. Lo bueno fue que otras dos mujeres, Giuseppina Pesce y Maria Concetta Cacciola, siguieron su ejemplo y también se animaron a contarle a la policía todas las tropelías de sus respectivos clanes mafiosos. “Somos madres y no queremos ver a nuestros hijos muertos o encarcelados, las únicas dos opciones que les da esta forma de vida”, dijeron.

¿Qué pasaría si el Estado italiano pudiera darles una “nueva vida” a las mujeres de la ‘Ndrangheta a cambio de su testimonio?, se preguntaron en la fiscalía antimafia. Tal vez, concluyeron, liberar a sus mujeres sea la mejor forma de derrocarlos. Los esfuerzos se aceleraron, pero los resultados eran lentos. De hecho, la propia Lea se cansó de cambiar de nombre, de vivir cortos periodos de tiempo en ciudades diferentes, de que su hija no tuviera un grupo estable de amigos y de la lentitud de la lucha política y judicial contra la mafia. Así que llamó al padre de su hija, le pidió perdón y le propuso hacer “borrón y cuenta nueva”. Su ofrecimiento no tardó en ser aceptado pero, al cabo de un tiempo, Lea Garofalo fue torturada y asesinada por su propia familia, tal y como manda el código de honor de la ‘Ndrangheta. A Maria Concetta Cacciola, por cierto, le pasó lo mismo. La que continuó siendo parte del programa de testigos protegidos y pudo salvar a sus dos hijos, no sin dificultades, fue Giuseppina Pesce.

Hace cinco años leí el libro de Alex Perry y quedé fascinado por su rigurosidad al investigar y por su prosa ágil y adictiva. Ahora, refugiado del calor infernal que azota en estas fechas, como cada año, a toda España, pude ver en la mediateca de mi barrio los seis capítulos de la serie. Francamente pensé que tendría el estilo de Suburra o de Gomorra, es decir, una exacerbada dosis de violencia y sangre pero, por fortuna, Las buenas madres no está centrada en operativos policiacos espectaculares, sino en el valor de las señoras de la mafia, confidentes o arrepentidas o astutas y valientes, dentro de sus familias y en la difícil tarea de “traicionar” a sus seres queridos. Cada episodio tiene un cariz íntimo e incluso optimista, pero no cae en el melodrama. No obstante, el libro es mejor.

AQ

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