Durante la primera mitad del siglo XX surgieron del mundo intelectual numerosos santos laicos que, ofrendados al cambio social, practicaron el altruismo más desaforado y la automortificación. Simone Weil (1909-1943) es, quizá, el caso más extremo de esta vocación de sacrificio que busca la redención comprendiendo y compartiendo el sufrimiento ajeno. Se trata de un personaje auténticamente extraterritorial, que renuncia al confort familiar y al prestigio profesional, asume compromisos sociales fervorosos pero inasimilables en las ortodoxias ideológicas y experimenta un furor espiritual irreductible a las adscripciones religiosas. Su propia personalidad: la figura enjuta, la vestimenta oscura y deslucida, y el ánimo intransigente de discusión y privación, resulta incómoda y retadora. Siempre con una difusa culpa por sus orígenes acomodados, la joven prodigio Weil combina la formación más rigurosa y elitista con la militancia obrera y la lucha contra la guerra y los nacionalismos y totalitarismos.
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Weil quiere aliviar la miseria del mundo, advertir del peligro de los pensamientos y poderes absolutos y apostar por la comunión. En su búsqueda de transformación, Weil participa en las corrientes anarcosindicalistas, concurre en proyectos de educación popular y apoya causas políticas. Después de un breve noviciado como maestra, se hace obrera para conocer, en carne propia, la experiencia del proletariado y, luego, acude a la Guerra Civil española y participa en la Resistencia francesa, con el proyecto de conformar un cuerpo de enfermeras en la primera línea de combate.
Sin romper el compromiso con la actualidad, pero de algún modo resignada a una suerte de martirio, Weil se enfoca en una reflexión religiosa y prepara el terreno para su nunca concluida conversión a un catolicismo peculiar, pues su posición es, como la define una de sus biógrafas, Francine Du Plexis Gray, de una free-lancer espiritual, que incorpora las más variopintas influencias a su perspectiva del cristianismo. A lo largo de su breve y agitada vida, de manera asistemática pero con febril constancia, Weil va acumulando cuadernos con esbozos de obras y apuntes que abarcan filosofía, política, arte, ciencia y religión, y que se conocerán, en su mayoría, de manera póstuma. Su abanico de intereses es amplísimo, lo mismo que su capacidad para conectar disciplinas muy alejadas entre sí y encontrar nuevos vínculos. Al ser una pensadora en acción y dispersión permanente, su expresión más inspiradora se encuentra en el fragmento. En esos escritos en curso, y apartando la paja del tiempo, es posible apreciar intuiciones políticas pioneras, penetrantes escritos sociales y profundos fermentos filosóficos. Todo este acervo de ideas está unido por una actitud moral radical, por un empirismo del alma que encuentra en la renuncia, en el escrutinio íntimo y en la identificación con los otros, más que en los dogmas o teorías, la única vía confiable de conocimiento y trascendencia.
AQ