Sin el peso de las centurias

Peripecia

El peso de siglos de opresión y violencia se libera a manera de géiser que dispersa en canto, movimiento y palabras la historia de cinco mujeres en busca de sí mismas

'Por temor a que cantemos libres', hace eco de esa rabia heredada por generaciones que expone el permanente atropello de jueces, inquisidores, maridos
Alegría Martínez
Ciudad de México /

El peso de siglos de opresión y violencia se libera a manera de géiser que dispersa en canto, movimiento y palabras la historia de cinco mujeres en busca de sí mismas, a través de su voz y la expresión de su cuerpo, en Por temor a que cantemos libres, que hace eco de esa rabia heredada por generaciones que expone desde el escenario el permanente atropello de jueces, inquisidores, maridos y sociedad en general en contra del género femenino.

La grácil presencia de la actriz Lizeth Rondero y de la pianista Alba Rosas contrasta con lo que una amante del demonio, una mujer encerrada, una panadera, una madre cruelmente violentada y una joven universitaria exponen sobre su vida a través del texto escrito por Felipe Rodríguez, cuya dramaturgia alude esencialmente al maltrato y la discriminación de que fueron objeto estos personajes y a la amplia energía sexual de dos de ellos.


El castigo infligido por la Inquisición al personaje de María Josefa, “beata turbada por el demonio y poseedora de una comezón ardiente”, es expuesto mediante el texto dotado de contundentes significados por la actriz Lizeth Rondero que, ataviada con un hábito morado, estampado de imágenes religiosas, remite al espectador al horror del doble padecer que recae en Mauricia Josefa, presa de un ardor religioso y sexual sin freno.

La temprana y brillante capacidad profesional del personaje de María Gertrudis, truncada por prejuicio social, destino y machismo, subraya el camino de obstáculos, que aun con aliados permeó la postura excluyente y discriminatoria contra la inteligencia femenina desde la Nueva España.  

Mientras tanto, los personajes de María López, la fogosa panadera —cuya historia parece haber tenido la meta de darle un respiro al espectador con escenas pícaras y ligeras—, y el de Trinidad Ruiz, madre confesa de un delito difícil de ser juzgado, dejan al público en un complejo terreno movedizo de causas y efectos.

Felipe Rodríguez, autor que tuvo la visión de abrirle paso a un fragmento de la historia de Hermila Galindo, a 130 años del natalicio de esta duranguense feminista, constitucionalista, periodista, diplomática y primera censora legislativa en México, necesita apuntalar la estructura dramática de este personaje, que resulta el menos contundente, siendo el más cercano al espectador de hoy y el único cabalmente emancipado.

La dramaturgia podría haber reducido la cantidad de personajes para tener oportunidad de profundizar en cada historia y crear vínculos de empatía entre las mujeres ahí representadas y la audiencia, de modo que se acortara la distancia entre una porción de espectadores que percibieron el montaje como una querella en cinco tiempos.

La música, importante aportación original de Omar Guzmán, culterana y popular a un tiempo, mediante piezas de géneros distintos, otorga mayores elementos a los personajes que, inmersos en su circunstancia, cantan sus desventuras y deseos envueltos en crítica, con tintes filosóficos, a través de la brillante y educada voz de Rondero, quien muy bien cobijada al piano por Alba Rosas enriquece el interior de sus cinco personajes.

La dirección de Nora Manneck, cuyo concepto escenográfico resuelve con eficacia el espacio mediante un miriñaque y un gran baúl evocadores de cárcel, armario, cajón y el elemento estructural de ornato femenino, requiere una buena gama de matices que apoyen a la actriz en favor del crecimiento, la mesura y la progresión de algunos personajes, además de modificar acciones, como la que por ejemplo subraya innecesaria y literalmente, con un mazo, la irritación que desde un principio se expande en el escenario.

Lizeth Rondero, actriz ataviada en pantalón corto con mallas y corsé diseñado por Giselle Sandiel, en una buena mixtura que enlaza antiguas épocas con la actualidad, y Alba Rosas al piano, sustentan con brillantez actoral y musical este canto que se libera sin el temor ni el peso de centurias.


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