Hace muchos años vi por primera vez un retrato de Stefan Zweig y pensé que era Hitler. Yo era un muchachillo de secundaria y mi cultura literaria era muy rudimentaria (sí: ambos personajes se encuentran en las antípodas y es una herejía confundirlos, pero… “tienen un aire”, ¿no?). Pronto, sin embargo, comencé a redimirme al entrar (sin freno) en su abundante obra. Al igual que muchos de sus lectores, primero leí sus famosos Momentos estelares de la Humanidad. Continué con sus ambiciosas biografías (bueno, más bien “perfiles” o “vidas noveladas”) de Fernando de Magallanes, María Antonieta de Austria, María Estuardo, Américo Vespucio, Erasmo de Róterdam y los sensacionales Giacomo Casanova y Joseph Fouché. Después, poco a poco, me fui adentrando en sus crónicas de viaje y en sus ensayos y en sus relatos y en sus novelas, ejemplos de construcción psicológica de los personajes y de una técnica narrativa envolvente.
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Tardé más en leer su conmovedora y reflexiva autobiografía, El mundo de ayer, y también los libros de sus biógrafos, pero era inevitable hacerlo si uno quería entender al hombre que quiso comprender todo. Las tres vidas de Stefan Zweig de Oliver Matuschek, por ejemplo, es una magistral investigación sobre la existencia del escritor austriaco que, como el título indica, se divide en tres etapas: su infancia y años de aprendizaje en Viena, pasando por su éxito literario y sus numerosos viajes, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial; su incansable trabajo diario como lector y escritor, sin olvidar el éxito popular y su burguesa vida al lado de su primera esposa; y su trágico exilio y suicidio con su segunda mujer.
Dicen que hay más de 20 biografías sobre este prolífico señor de las letras (del que, por cierto, el próximo 28 de noviembre se cumplen 142 años de su natalicio). Ahora se ha publicado, por primera vez, una realizada por un autor español. Se llama Stefan Zweig. Vida y obra de un gigante de la literatura (Arpa) y en ella el ensayista, traductor y crítico literario Luis Fernando Moreno Claros desentraña con esmero la dicotomía entre el hombre público y el privado, revelando los detalles de su personalidad y de sus motivaciones, basándose en sus libros, cartas y acontecimientos históricos que le tocó vivir.
Las más de 500 páginas de esta obra comienzan contando la adolescencia de Zweig y la importancia de su obra en el mundo hispano, sigue con la relación fría y distante que tuvo con sus dos esposas para luego adentrarse la construcción y características de sus libros. Moreno Claros también se ocupa de la visión de Zweig sobre la sexualidad femenina, en una época en la que era un tabú, al otorgarle un espacio fundamental en sus relatos. “Su figura”, sostiene el también biógrafo español de Schopenhauer, “simboliza la resistencia del individuo libre frente a la opresión de los colectivismos totalitarios. Representa la autonomía de quien crea y vive en libertad, desligado de imposiciones ideológicas.”
La publicación de esta biografía coincide con Stefan Zweig. Autor universal, una exposición que el año pasado, cuando se cumplieron 80 años de su muerte, estuvo abierta al público en la Biblioteca Nacional de Austria, en Viena, luego en la Biblioteca Municipal de Salzburgo y ahora ha llegado a la Biblioteca Pública del Parque del Retiro (y después de Madrid viajará a algunas ciudades de América Latina). A través de manuscritos originales, cartas, fotografías, fragmentos de películas y sonidos, la muestra efectúa un exhaustivo repaso po la obra de Zweig en cinco recorridos: desde Magallanes. El hombre y su gesta, pasando por Indonesia (Amok) y Brasil (País de futuro), hasta El mundo de ayer. Entre todo el material disponible llama la atención su certificado de defunción, varios de sus contratos editoriales y una especie de cuaderno de contabilidad en el que anotaba las ediciones y traducciones de sus libros, adaptaciones cinematográficas y los ingresos recibidos.
El escritor vienés residió durante muchos años en un palacete de Salzburgo, conocido como “Villa Europa”, donde disfrutaba de una enorme biblioteca. Sin embargo, en Petrópolis, la ciudad brasileña donde pasó sus últimos días, tenía una casa pequeña, con pocos libros, en la que no tardó en vencerlo la melancolía. Visto lo visto, tal vez su decisión de quitarse la vida, en febrero de 1942, no se debió a únicamente a su desesperación ante la probable victoria nazi en la Segunda Guerra Mundial, sino a que había perdido la alegría por no estar refugiado en un en un enorme búnker repleto de libros.
AQ