Durante las vacaciones, me aficioné a ver una serie sueca. Gracias a los subtítulos, logré memorizar algunas palabras elementales de un idioma que, a diferencia del inglés o las lenguas romances con las que mal que bien convivimos, nos puede resultar totalmente ajeno. Y sin los subtítulos, claro, estaría perdida, tratando de adivinar la trama a partir de los gestos de los actores, un ejercicio que puede ser también muy interesante: interpretar como tragedia sentimental una discusión de tránsito o una cita de negocios como sesión de terapia.
Los subtítulos abren un camino al oído atento a otros sonidos y otras expresividades. He escuchado gente decir que, o leen, o ven la película, y por eso prefieren el doblaje, ese al que se acostumbraron los españoles a raíz de la censura del franquismo, con resultados desastrosos. Las series infantiles suelen estar dobladas, pues los niños tardan en leer. Igual muchas películas y series españolas no se entienden, aunque estén en nuestro idioma, por aquel habla madrileña tan rápida que va bajando de volumen conforme aumenta de intensidad. Y, durante mucho tiempo, las películas mexicanas tampoco se entendían porque el sonido era muy malo. Con subtítulos se resuelve el problema.
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Curiosamente, el cine no ha inventado un método para evitarles la lectura a los perezosos cuando los personajes leen los mensajes de sus celulares: en la pantalla de la película aparecen globitos de escritura. Quizá no tarde en resurgir aquel locutor que nos leía los letreros de las caricaturas, esos que decían “peligro” y, por no verlos, a Willie Coyote le costaba quedar apachurrado o hecho cenizas.
Algo genial es ver películas dobladas y con subtítulos: como son traductores distintos, las frases nunca corresponden. El actor dice “Está muy bien” y el subtítulo “Es suficiente”. “La verdad es que te amo”, confiesa la actriz, y el subtítulo aclara “nunca te he odiado”. Cosas así, cuestión de matices. Es una esquizofrenia muy curiosa, nos dice que el habla con sus modulaciones y su extensión es imposible de sustituir, adaptar a un tiempo de lectura o una posición de los labios. Por eso me esfuerzo en aprender algunas palabras del sueco, el finlandés, el coreano, cuando veo las películas. Todo es cosa de querer asomarse al mundo ajeno, aunque a veces el blanco de los subtítulos se pierda con el fondo de un cielo o unas sábanas.
Y hay situaciones de la vida en que los subtítulos son deseables: ¿quién no quisiera que hubiese subtítulos en los discursos de los políticos, para leer rápido y plasmadas en todas sus letras las ideas obtusas, las tonterías flagrantes? El subtexto de las mentiras bien puede venir traducido en subtítulos.
AQ