Un día antes de que el dictador Anastasio Somoza huyera de Nicaragua, la fotógrafa estadounidense Susan Meiselas presenció la penúltima batalla de la Revolución que acabaría agitando a todo el continente. En Estelí, una pequeña ciudad rodeada de montañas en el norte nicaragüense, unos doscientos muchachos lanzaban granadas, cohetes y bombas molotov contra el cuartel de la Guardia Nacional, el último reducto del somocismo. Ella llevaba casi un año documentando la insurrección por todo el país y aquel día, el 16 de julio de 1979, cuando todo estaba a punto de acabar, capturó una imagen que se volvería simbólica e imprescindible para la Historia contemporánea.
Un joven de pelo largo y barba de chivo, ataviado con una camisa verde olivo, un pantalón vaquero, una boina y un rosario, armado con un rifle automático y una bomba molotov contenida en una botella de Pepsi-Cola, exudaba energía destructiva. Ante la mirada atónita de sus compañeros atrincherados, sus ojos llenos de rabia y su boca contorsionada en un grito arropaban su acción. En ese momento preciso, Susan Meiselas apretó el obturador de su cámara y le dio a la Revolución su icono definitivo. Era David contra Goliath, la justicia contra la tiranía, los oprimidos contra el Imperialismo salvaje. El nuevo régimen, surgido de esa lucha armada, hizo de la imagen su estandarte y la reprodujo hasta la saciedad en carteles, grafitis, folletos e, incluso, en cajas de cerillos y camisetas.
La fotógrafa, que entonces tenía 31 años y era la novata del prestigioso colectivo Magnum, fundado por Robert Capa, David Seymour y Henri Cartier-Bresson, no se imaginó que el Hombre Molotov, como se conoce a esa imagen, acabaría grabándose en la memoria visual colectiva. “Ni yo, y seguramente tampoco ese hombre, podíamos pensar que eso ocurriría. Me pregunto qué sentirá al verse eternamente atrapado en esa imagen”, me dijo el otro día Susan Meiselas después de recibir el Premio PhotoEspaña 2022, como “reconocimiento a su carrera y a su aproximación a la fotografía como herramienta de denuncia de causas sociales y políticas.”
Susan es la maestra de mi maestra Alma Guillermoprieto. Alma cuenta que llegó a Managua para cubrir la Revolución sin saber cómo hacerlo y tuvo la suerte de tener el apoyo, la guía y los contactos de Susan. En medio de revueltas y calores sofocantes, juntas salían en busca de historias. Una captaba imágenes con su cámara y otra con sus cinco sentidos para luego forjarlas con palabras. Meiselas nació en 1948 y fue criada en el seno de una familia acomodada y liberal en Nueva York. Lleva medio siglo documentando conflictos políticos, sociales y culturales. No obstante, comenzó su trayectoria impartiendo clases de fotografía a niños de primaria del Bronx neoyorquino. “La técnica era muy sencilla: llevar los estudiantes al mundo. Les decía que eligieran algo y que intentaran encuadrarlo y que también lo describieran en un pequeño texto”, me contó mientras bebíamos unos refrescos con mucho hielo, con los que tratábamos de sortear el terrible calor que este año ha llegado antes a la Villa y Corte.
Una tarde de abril de 2018, Susan se encontraba en su estudio cuando escuchó en las noticias que en Nicaragua se estaban llevando a cabo varias protestas contra el gobierno de Daniel Ortega. ¿Volvería a ocurrir lo mismo que 40 años atrás? Para averiguarlo, hizo la maleta y viajó al país que estaba sumido en el caos. Esa vez, sin embargo, le fue más difícil hacer su trabajo. “Y hoy no sabemos lo que está pasando realmente, eh. Porque el régimen ha reprimido a michos periodistas y tenemos muy pocas pruebas visuales de qué tipo de resistencia y oposición todavía existe ahí”, reflexionó la fotógrafa, preocupada por el destino de algunos de sus amigos y conocidos que no han podido exiliarse.
Además de sus fotos nicas, otro de los grandes proyectos de Susan ha sido Carnival Strippers, la serie de imágenes de mujeres tan tiernas como eróticas que obtuvo al recorrer un puñado de ferias pueblerinas de la costa Oeste de Estados Unidos. Le pregunté por el making-off de ese trabajo y me contó un montón de anécdotas hilarantes. Al final me dijo: “Era otra época. A esas mujeres les hacía falta la mirada de los hombres para sentirse completas. Pero el espectáculo lo daban los hombres. Porque gritaban y hacían cosas que hoy… que hoy son inaguantables”.
AQ