En ‘Tarantela’, la familia es el veneno

Libros | A fuego lento

La novela de Abril Castillo traza una genealogía donde queda claro una y otra vez el triunfo de la muerte sobre el deseo de vivir.

Portada de 'Tarantela', de Abril Castillo Cabrera. (Cortesía: Acantilado)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

El potencial narrativo de la genealogía, como el de muchas asignaturas, es enorme. No hay familia inmune a un dolor sostenido, a una vergüenza innombrable, o que no oculte un esqueleto en el armario. Pero, por más tentadora que la empresa parezca, la mayoría de las veces narrar una genealogía conduce a sesiones neuróticas de lloriqueos o, en el mejor de los casos, a un recetario de cocina.

En Tarantela (Antílope), su primera novela, Abril Castillo Cabrera ofrece una prueba satisfactoria de que no podemos concebir una genealogía sin una escritura ambiciosa. Poco importa si sus personajes y la maldición que cargan a cuestas provienen de su experiencia personal. A final de cuentas, queda la convicción de que son creaturas genuinamente literarias. De eso se trata.

Partiendo de su experiencia y de sus pesquisas a lo largo de unos años privados de sosiego, la narradora traza una línea que va desde sus abuelos maternos hasta el momento en que decide dar cuenta —imaginar un libro— del infortunio que pesa sobre su familia. A veces confía en sus recuerdos o en los de los testigos lejanos, y en otras incluso reproduce, a la manera de un inspector de actas, una agenda con hechos y datos registrados con helada parquedad. Puede, asimismo, asumir el papel de una observadora entrometida pero imparcial o hacer ejercicios prolongados de introspección. Y aunque el objeto de sus indagaciones y exigencias resulta a cada tramo una prueba del triunfo de la muerte sobre el deseo de vivir, no se permite una nota de autoconmiseración.

Así, al ritmo de una macabra canción de cuna, leemos: “Todos llevamos una gota de veneno en la familia. Y otra gota que es la salvación. El secreto está en la mirada, en ver a la alacraña y saber nombrarla: veneno o antídoto”.

El detonador de Tarantela es la agonía de un tío que quizá intentó suicidarse con veneno para ratas y solo consiguió transformarse en una imagen del deterioro físico y mental; el cierre es el asesinato de un tío abuelo en las barrancas de Zacatlán. Uno y otro episodio señalan el principio y el fin de la novela. El largo interludio ofrece el delirante cuadro psiquiátrico del hermano de la narradora, las estancias hospitalarias, las pérdidas amorosas. No en vano, casi al final aguarda esta sentencia: “Las mujeres en la familia nos envenenamos con los demás. Nos sentamos al lado de los enfermos. Los hombres pueden vivir y enfermarse y morir. Las mujeres estamos a su lado. Parecemos inmortales pero ellos son nuestro veneno”.

Lejos de la pendencia y la diatriba, Abril Castillo Cabrera ha iluminado una zona en penumbra de la condición femenina. Aun sin el azote del machismo y los dogmas patriarcales, aun sin la violencia a corto y largo plazo y el sentimiento de humillación a cada respiro, aun cuando todo parece ir bien, las mujeres se descubren también víctimas de la debilidad de los hombres.

Tarantela

Abril Castillo Cabrera | Antílope | México | 2020

AQ

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