Taxonomía y estética del grito

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Del dolor al éxtasis, este gutural acto puede ser una reacción instintiva, una manifestación catártica, un gesto afectivo o una señal entre cómplices.

El libro ‘Una historia cultural del grito’ ofrece una taxonomía, una sociología y una estética de este acto. (Foto: Hannah Popowski | Unsplash)
Armando González Torres
Ciudad de México /

En el perturbador relato de Robert Graves, “El grito” (luego llevado al cine por Jerzy Skolimowski), un hombre internado en un sanatorio mental afirma haber aprendido de los aborígenes australianos el poder de matar con un grito y ejerce un aterrador influjo sobre su entorno. El grito es una modulación de la voz humana que conecta con lo más corporal y, a la vez, con lo mistérico.

El libro Una historia cultural del grito de Ana Lidia M. Domínguez Ruiz (Taurus, 2022) ofrece una taxonomía, una sociología y una estética de este acto y de sus usos. Como señala la autora, el grito está antiguamente instalado en la memoria cultural: muchos relatos de la creación abren con la entonación de un grito o una carcajada cósmica y se supone que los elementos reproducen la potencia insondable del grito. Los dioses y los hombres se disputan la facultad de gritar y, en la Ilíada, el vozarrón del heraldo griego Esténtor desata celos e imitaciones divinas. En la tragedia griega, el grito era uno de los protagonistas y las emociones se expresaban no tanto por la acción escénica, sino por la modulación de la voz de los actores, por los dispositivos de amplificación del sonido (máscaras y otros artefactos) y por los espacios de resonancia acústica.

El grito es una reacción del portador de voz que, por su rapidez e intensidad, sustituye a las palabras. En el grito la voz despliega sus poderes acústicos independientemente de los significados lingüísticos. El grito puede ser una expresión abisal y primaria de lo humano; una reacción instintiva, una manifestación catártica, un gesto afectivo, una señal entre cómplices, un signo de presencia o una muestra de poder, que en todos los casos se separa del lenguaje articulado y tiene un alto impacto emocional. Por ejemplo, puede ser una muestra de carisma o un alarde de fuerza, pues los gritos, alaridos e insultos a menudo constituyen armas de combate.

El grito también se presenta prolijamente en actos que representan placer, dolor o éxtasis, como el juego y el sexo o, bien, en ciertos cultos y variantes religiosas, o en ciertas formas de enfermedad. En todo caso, es una liberación de energía que adquiere múltiples significados. El grito puede tener un uso social cuidadosamente encauzado, aunque a veces su carácter desconcertante y subversivo (por ejemplo cuando en las sociedades patriarcales lo profiere la mujer) rebasa estas normativas.

En este sentido, el grito llega a considerarse una convulsión de la voz, un resabio salvaje o una seña de posesión satánica y, por eso, se busca erradicar o domesticar los gritos sediciosos o inconvenientes. Con todo, al mutilar o edulcorar al grito se pierde una conexión con lo inefable. Por eso, la autora propone una propedéutica del acto y la escucha del grito a fin reincorporar todo el significado y potencial transformador de este acto a nuestra percepción empobrecida, plagada de ruido y gritería política, pero sorda a los misterios de este radical y oscuro giro de la voz.

AQ

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