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Teuchitlán, alguien estuvo allá

Ideas

La miseria es una aliada excelente para los reclutadores de los cárteles. A los campos de entrenamiento y exterminio van a perder el nombre, la compasión y la vida quienes ya eran considerados ‘desechables’.

Vanesa Robles
Ciudad de México /

“Electromecánica Industrial/ solicita hombres jóvenes/ disponibilidad de horario/ disponibilidad para residir fuera”. “Black Prime Angus Cuts/ busca CHICAS BLACK/ hasta 40 mil pesos mensuales/ ¡Aceptamos estudiantes y extranjeras!”. “BC Reclut/ Varias vacantes/ Hombres y mujeres/ 17 años en adelante/ Ganan sin hacer nada!!!”. Tengo un par de horas mirando los clasificados del Marketplace de Facebook, donde las ofertas de empleos para Jalisco se cuentan por centenares. El único requisito es tener ganas de superarse, no hacen falta escolaridad ni oficio. Abundan las fotografías de pacas de billetes, guardias de seguridad anglosajones y contentos, jóvenes semidesnudas. Abundan los nombres de empresas que no existen.

Aquí mismo es donde decenas de jóvenes son enganchados y luego reclutados como halcones, sicarios y cocineros para el Cártel Jalisco Nueva Generación. Lo saben los pocos sobrevivientes del abismo. Lo saben los colectivos de familias de personas desaparecidas. Lo supo desde 2017 la Fiscalía del Estado de Jalisco, que abrió la carpeta de investigación 1611/2017, como revela el reportaje “El regreso del infierno; los desaparecidos que están vivos”, escrito por Alejandra Guillén y Diego Petersen. Lo sabemos muchos, pero los anuncios siguen en el Facebook hoy, casi dos semanas después del hallazgo del “Izaguirre Ranch” en Teuchitlán, a sólo una hora de distancia de Guadalajara.

Los señuelos que se publican en Marketplace están dirigidos a los más desesperados. Hombres la mayoría, jóvenes y fuertes, todos ellos desterrados de la esperanza del crecimiento económico. Al cabo son millones. El extinto Coneval reportaba que, en 2018, siete de cada diez jaliscienses viven en algún grado de pobreza, entre moderada y extrema, por ingresos bajos o por carencias sociales como la educación. En Jalisco no asiste a la escuela 34.7 por ciento de quienes tienen entre 15 y 19 años ni 62 por ciento de los que tienen entre 20 y 24 años. Esos son los grupos con la proporción más alta de hombres desaparecidos en la entidad, en un universo que suma casi 15 mil 500 personas.

Ante la furia de la pobreza, las autoridades llaman a reforzar los valores: una familia unida te da vida, repite en la radio el gobierno federal. Pero los cárteles tienen mejor propaganda, más nociones de antropología social y muchas granjas de entrenamiento y exterminio en esta y otras regiones de México.

No es algo nuevo. En 2013 colaboré con la edición de la crónica “La escuela de los sicarios”, que se publicó en la Revista Replicante el 14 de junio de ese año. En el relato un adolescente lumpen narra su entrenamiento como sicario en un campo de exterminio en la sierra del sur de Jalisco. Habla del maltrato y los castigos crueles contra los reclutas; del festín de la sangre que se alimenta del frenesí del cristal. Muchos lectores de Replicante se burlaron: cuenten una de vaqueros.

En Teuchitlán el pus empezó a escurrir cuando los Guerreros Buscadores de Jalisco empujaron el portón de lámina negra, adornado con un rótulo blanco que avisa “Izaguirre Ranch” y el dibujo de dos caballos en relinche.

El Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco. (Reuters)

D

A “D” lo engancharon en la fiesta de su novia de la secundaria, que podría llamarse Esme, en el fraccionamiento Silos, en Tlajomulco de Zúñiga. “D” había cumplido 14 años recién hacía dos meses. Vive en el espectro más bajo del autismo que nadie nota. Estaba muy enamorado y aquella pachanga prometía alcohol y libertad, pues la madre de Esme nunca vuelve del trabajo.

En la bastilla sur poniente de la zona metropolitana de Guadalajara, Silos es uno entre las decenas de complejos donde desde principios de este siglo viven los desechables de la zona metropolitana de Guadalajara. Financiado con dinero del Infonavit, sus cinco mil casas de miniatura albergan todavía a centenares de familias. Todavía: miles huyeron de ahí cuando entendieron que su ilusión de una vivienda se parecía mucho al abismo. Los que se quedaron se llevaron los inodoros y los bóileres. A muchas viviendas se las devoró la yerba. Otras se transformaron en fosas humanas.

Hasta uno de los hogares habitados llegaron varios estudiantes de Primero B aquella tarde de finales de junio de 2024. Hasta ahí llegó también el ex novio de Esme, un treintón alegre y seductor. Las cervezas corrieron por su cuenta. Luego les ofreció trabajo, dólares, celulares y armas chingonas a unos adolescentes que habían crecido entre calles rotas, con el olor de la muerte pegado en la piel. “D” estaba harto de las quejas por dinero de su jefa, que es soltera.

Desapareció el 4 de julio, un jueves. Dijo que iba a un ciber de la colonia. Su madre investigó que ahí le compraron e imprimieron un boleto para un viajar a un poblado de Colima. También le pagaron el Uber que lo llevó hasta el mismo punto de fuga de muchos otros, la Nueva Central Camionera. Desde el autobús foráneo, “D” alcanzó a tomar una fotografía en la que se ve cuál fue su destino. Como le gusta alardear, se las mandó a sus compañeros de la secundaria. Unas horas después perdió la comunicación.

En la Fiscalía del Estado de Jalisco le dijeron a su mamá que “D”, con 14 recién cumplidos y autismo, no cuenta como desaparecido; que se fue por su voluntad.

Los zapatos vacíos

Hay una fotografía que ha recorrido el planeta, provocado gastritis entre la clase política mexicana y convocado al performance en las plazas públicas de distintas ciudades de México: decenas de zapatos y sandalias, mochilas y prendas de vestir se apilan sobre un piso de tierra, en la esquina de un cuarto de muros sin enjarre. El autor es Ulises Ruiz Basurto, colaborador de la agencia Associated France Press. Es la única imagen que él no tenía intenciones de capturar el miércoles 5 de marzo de 2025, cuando entró con los Guerreros Buscadores de Jalisco al “Izaguirre Ranch”, alrededor de las nueve de la mañana.

Para sus ojos había imágenes más atractivas. El área de entrenamiento militar, las paredes cacarizas por los balazos, los cuadernos con notas de despedida, las buscadoras enterrando sus varillas aquí y allá. No se daba abasto; con un dron trabajaba desde el cielo y tenía que grabar video.

Casi a las dos de la tarde Ulises se sentó junto a una de las pilas de ropa y empezó a seleccionar las imágenes que enviaría a la agencia —a esa hora las prendas y los zapatos seguían sin fotografiar—. En esas estaba cuando un buscador gritó, desde el patio del rancho: había hallado el primer lote de huesos humanos, de tres que se encontraron durante esa jornada.

Ulises salió, disparó el obturador sobre los huesos y volvió junto a la pila de ropa para continuar su trabajo de transmisión. Esta vez sintió un latigazo: “Me di cuenta de que toda esa ropa, esos zapatos, pertenecieron a alguien que estuvo ahí”.

Ese miércoles de ceniza Ulises Ruiz Basurto tomó 450 fotografías. Las que recordaremos muchos años son las únicas que nunca pensó tomar.

Le pregunto qué fue lo que más lo impresionó del Izaguirre Ranch. “Que existe. Que no es un cuento”, responde. “Sabíamos de lugares así, pero nos quedaba la esperanza de que fueran una leyenda”.

Zapatos encontrados en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán. (Reuters)

Ramón y Leo

Una tabla nueva es el objeto más deseado para un skato pobre y “Ramón” es un skato pobre. Vive en Santa Margarita, una colonia popular del norte de Zapopan. El semestre pasado dejó la prepa porque su familia no le daba para los camiones y desde entonces trabaja de mesero. Tiene 17 años, es moreno, le encanta vestirse como cholo. Sueña que una marca de accesorios lo patrocinará algún día. “Leo” es su seguidor incómodo. Es pegajoso y preguntón. Se ríe muy fuerte. Tiene 14 años, pero se cree grande y muy barrio, aunque se le nota lo fresita; cambia la tabla cuando quiere; sus papás lo recogen en coche, le pagan las clases de skate board.

Por eso el Flaco que estaba agazapado tras un árbol eligió a “Ramón”. Se deslizó hacia él con mucha torpeza sobre una tabla nueva, una de las buenas. “¡Eh morro, ¿hacemos intercambio de tablas? ¡Es neta! Me gustan las tablas viejas”. Como “Leo” no estaba en el negocio se sentó en una jardinera cercana, desde donde, por hacer algo, empezó a grabar la escena sin ser notado. El video muestra a un “Ramón” con cara de quien no se la cree, como los que ganan en los concursos de la tele. No se cree que tenga una tabla nueva nomás por existir. Ahí el segundo ofrecimiento del Flaco le cayó enseguida: “Eh morro, te doy 50 mil por modelar para mi marca”. Usa cabello de casquete; tendrá poco menos que 30 años; es moreno, igual que “Ramón”. “Es más, te cambio también los tenis –el Flaco trae unos Nike—. Vamos a mi casa, ahí te adelanto una lana y te doy una tarjeta para depositarte más”. “Ramón” lo mira desconfiado. Le agradece, pero ya tiene chamba. “¿A poco te pagan bien?”, se burla el Flaco mientras le muestra una cuenta de Instagram. “Ramón” acepta: “Nomás deja voy por mi teléfono, se está cargando”. Fin de la grabación. Leo narra: “Nos escondimos atrás de una barda; ahí vimos que las fotos de la cuenta de Instagram están hechas con inteligencia artificial. ‘Ramón’ me dijo que seguro lo querían reclutar, como a otros de su colonia. Agarró su tabla nueva y se fue. Había unos policías, pero nos dieron miedo. ¿Qué tal si son de los malos? Ya no volvimos a esa pista”.

Interior del Rancho Izaguirre. (Reuters)

Muchachos de aire

“More, Retro, Burro, Dumbo, Carcaje, Teluco, Tarugo, Partido, Loba, Moreno, Topo, Bicho… 14 mujeres/ 94 hombres”, se lee en la lista en la que, con tinta negra y azul, alguien registró a quienes tal vez estuvieron un día en el “Izaguirre Ranch”. Ahí y en los otros centros de reclutamiento los nombres no existen, nadie tiene pasado. La fragmentación de los cuerpos empieza con los que están vivos; con la pérdida de la identidad, la vergüenza y la compasión. Con la crueldad obscena como estrategia de entrenamiento y de supervivencia.

En esto coinciden las notas de los cuadernos de Teuchitlán; el reportaje que Alejandra Guillén y Diego Petersen publicaron en 2019 y ganó el Premio Jalisco de Periodismo ese año; los testimonios de tres sobrevivientes que ha difundido MILENIO. Las entrevistas de “Gusgri”, un youtuber especialista en los detalles más infames de las historias más sórdidas.

En una de estas entrevistas, publicada en noviembre de 2024, un sobreviviente narra que un compañero le preguntó su nombre: “Se me salió decir Luis. ¿Y no entra la comandante y me da un vergazo? ‘¡Cómo que Luis! ¡Tú eres tocino! ¡Tú ya no te llamas Luis! Luis ya no’”.

“En campos como el de Teuchitlán los reclutas voluntarios y los forzados siguen programas marciales diseñados por expertos en asuntos tácticos y en técnicas de un quebrantamiento psicológico que empieza con el miedo y acaba con el fuego. El fuego que comenzó en el norte de México, con los Zetas, borra cualquier rastro de que existieron en este mundo”, me dice Alejandra Guillén.

Otro entrevistado por el “Gusgri”, el 16 de enero de 2025, relata lo que en el fondo todos sabemos: “Quienes estábamos ahí éramos personas muy necesitadas […] Yo me quedé pensando en cómo habían terminado ahí cada uno de ellos…”. Él mismo responde que la miseria es el mejor anzuelo del crimen organizado.

Ahora las autoridades aseguran que el rancho Izaguirre es un montaje, pero, como dice Iliana, una habitante del oriente despreciado de la metrópolis, “ni necesitamos montajes porque de todos modos los desaparecidos ya eran de aire, no existían antes de desaparecer y ahora tampoco existen para las autoridades”.

AQ

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