Pueden pasar meses, incluso años, sin que las carteleras de los cines españoles incluyan películas mexicanas o realizadas en otros países en las que participen actores y actrices de México. En general, a excepción de las producciones argentinas, aquí es muy difícil ver cine latinoamericano. En esta España mía, todo lo que proviene de las ex colonias es subestimado, salvo si ha tenido éxito en Estados Unidos. Tal vez por eso, estos días ha llegado a algunas pantallas de la península Los Tigres del Norte en la prisión de Folsom. No es que los intérpretes de “El jefe de jefes” sean muy famosos aquí. Es que causa interés el número de latinos encerrados en las cárceles estadunidenses y, si encima el filme tiene un punto folclórico (o bizarro o kitsch o narco, según algunos desalmados), mejor.
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Supongo que en México ya es noticia vieja, pero el popular grupo de música norteña ha intentado emular la hazaña sesentayochera de Jony Cash: cantar para los presos. Pero si en aquel entonces Cash se encontró con una audiencia en su mayoría compuesta por negros, Los Tigres han actuado para un buen número de latinos. Tan sólo en California, donde se encuentra la prisión de Folsom, más de 40 por ciento de los reclusos son de origen latino.
“Ustedes no pueden venir a donde nosotros estamos, pero nosotros venimos a donde ustedes están”, les dice a modo de saludo, con su acento recio, Jorge Hernández, el líder de la banda, y enseguida, bajo un cielo nublado, comienzan a sonar los acordeones, los bajos y la batería.
Entre canción y canción se da paso al testimonio de los presos, delincuentes solitarios o pandilleros, y quién sabe si muchos de ellos inocentes, y luego la cámara enfoca al público coreando y bailando canciones con las que han crecido y con las que ahora, aunque sea por un momento, suavizan su perra realidad. No es una obra de arte, pero sí una perla de la cultura popular.
Si el documental me ha emocionado no es tanto por el encierro y los delitos y arrepentimientos que cuentan algunos reclusos (que también), sino porque el repertorio musical elegido para la ocasión (un buen resumen de la trayectoria del grupo) forma parte de la banda sonora de mi infancia.
Mientras mi madre me criaba a base de nopales, frijoles y leche de la Conasupo (gracias a Carlos Salinas de Gortari) y Thalía era María Mercedes en la tele (“¿Qué pasó, Mechita?”), mi padre ponía a todo volumen los casetes de unos señores de trajes elegantemente llamativos que cantaban “de paisano a paisano”. De las bocinas salían las historias concisas y apuntaladas de varios miembros de mi familia y de muchos otros de mis “compatriotas” (de nuevo Salinas), que se habían ido al norte en busca del “sueño americano”. Recuerdo que al oír a Los Tigres mucha gente apreciaba las melodías pero yo, no sé por qué, prefería escuchar con atención las letras de sus canciones. Muchas me entristecían y algunas me indignaban. Hablaban de las penurias para cruzar la frontera, de discriminación, de explotación, de narcotráfico, de abandono. Eran (son) las crónicas sentimentales de la diáspora mexicana.
Pero en su repertorio no todo es tragedia y nostalgia. También hay romanticismo y picardía. Por eso en Folsom los presos y las presas (cuando Cash fue a cantar no había mujeres, pero hoy hay 400 y 25 por ciento de ellas son latinas) se vienen arriba cuando suena “La puerta negra” o “Golpes en el corazón”. Incluso, uno de ellos se avienta un “palomazo” y se sube al escenario para tocar el acordeón y cantar juntos “Un día a la vez”. Conmovida, la banda se despide deseándoles “que pronto salgan y así puedan estar con sus familias”, que la mayoría no ha visto durante sus años de encierro.
Alguna vez Los Tigres fueron acusados y hasta censurados por su aparente apología al narco, pero el escritor Arturo Pérez-Reverte hizo caso omiso de tal señalamiento, dijo que ellos hacían “la poesía del pueblo”, les encargó un corrido para su novela La Reina del Sur y hace diez años hicieron una gira por España con la historia de Teresa Mendoza como estandarte. No han vuelto desde entonces y ya va siendo hora, porque la diáspora mexicana no está asentada exclusivamente en Estados Unidos. Aquí también queremos que traigan su música, con la que tanto nos identificamos.
ÁSS