Tintín, el reportero y viajero impertinente

Café Madrid

Una exposición dedicada al creador de este cómic belga nos recuerda qué lo hizo tan entrañablemente universal para una generación entera.

La exposición nos muestra al autor de Tintín, Hergé, como un creador capaz de utilizar todos los medios a su alcance.
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Porque quería ser reportero y porque tenía (tengo) cara de perro pateado, mis amigos de la adolescencia me decían Tintín. Como en el bolsillo trasero del pantalón siempre llevaba (llevo) una pequeña libreta de notas, muchos me miraban con recelo. Como era (soy) un impulsivo dicharachero, muchos a mi alrededor censuraban mi ofuscada malicia. Las aventuras de Tintín era de lo poco que había leído hasta entonces. Y entonces, por cierto, ese tipo de publicaciones se llamaban historietas y no “novelas gráficas”, como ahora. Acompañar en cada fascículo a ese reportero trotamundos e impertinente era, además, mi única forma de viajar.

A mí no me molestaba ser el Tintín del grupo. Es más: me sentía importante y singular. Al llegar a la Facultad, sin embargo, descubrí que a varios miembros del ejército de ilusos que empezábamos la carrera de periodismo también les decían, o les habían apodado, Tintín. Así que, en realidad, yo era tan sólo uno más de los que entraba en esa categoría llamada cliché. Quién sabe si ahora, como en “mis tiempos”, habrá algún muchachillo que aspire a ser periodista por influencia de Tintín. Bueno: quién sabe si alguno de ellos sepa hoy quién es este personaje.

Pienso en todo esto mientras veo, en el cruce de Gran Vía y Alcalá, una réplica enorme del cohete con el que Tintín viajó a la luna. Luego cruzo la calle, entró al Círculo de Bellas Artes y, en el primer descansillo de su imponente escalinata central (que remite a la del castillo de Moulinsart), me espera Tintín con su infaltable gabardina beige y su vitalidad renovada, dispuesto a guiarme por el cerebro y las tripas de su creador y, de paso, recordarme sus principales aventuras. Su perro, Milú, ya está adentro. También el capitán Haddock, el profesor Tornasol, los detectives Hernández y Fernández y, no podía faltar, la cantante Bianca Castafiore. Casi todos están a punto de cumplir 90 años, pero su aspecto sigue siendo el de siempre.

La convulsión interna y la claridad externa que asoma tantas veces en la biografía de Georges Remi, más conocido como Hergé, se percibe con extraordinaria fuerza en una de las salas de la muestra Hergé: The Exhibition, que estará aquí hasta el próximo mes de febrero. En ella se pueden admirar 12 planchas con bocetos de feroz turbulencia, retratos de personajes como el volcánico capitán Haddock o el profesor Tornasol en uno de sus escasos (pero muy temibles) ataques de ira. Son dibujos en los que los trazos se superponen con energía. Una pared muestra una cita de Hergé al respecto: “Y esbozo, y tacho, y borro, y vuelvo a empezar hasta que estoy satisfecho. ¡Y llego a agujerear el papel a base de reelaborar un personaje!”.


No obstante, al lado de los bocetos se encuentra la versión definitiva de los cómics: la línea clara, la pulcritud, la eterna aspiración de orden. En el repaso a Tintín en el país de los soviets, por ejemplo, destacan sus encuadres cinematográficos y “la belleza silenciosa del blanco y negro”, mientras que en Tintín en el Congo se comenta brevemente el “reflejo de su contexto y su tiempo.” Es que la fama de este personaje, todo hay que decirlo, no ha estado libre de polémicas pues algunos de los primeros álbumes de la serie han recibido críticas por mostrar una ideología anticomunista, colonialista y racista.

A través del recorrido por esta exposición, uno puede vislumbrar el arte de un creador capaz de utilizar todos los medios a su alcance para realizar composiciones que transitan desde la ilustración hasta el cómic, pasando por la publicidad, la prensa o el diseño de moda y las artes plásticas. Pero también hay otros tesoros, traídos de las colecciones del Museo Hergé, como dibujos originales, bocetos, escenas de películas, modelos y otras obras de arte del artista.

El mayor ejemplo de su diversificación profesional tuvo lugar a principios de los sesenta, cuando Hergé valoró la posibilidad de abandonar el cómic e iniciar una carrera como pintor abstracto. La muestra profundiza en la pasión del dibujante por el arte contemporáneo en la etapa final de su vida, que los lectores atentos ya habían podido intuir en Tintín y los Pícaros, donde se ven cuadros abstractos en las paredes y una gran escultura inspirada en las obras de Marcel Arnould. Pero a mí me sobra toda esa complejidad y prefiero pensar que Tintín es, simplemente, la combinación de relatos emocionantes, grafismo de “línea clara” y temas universales.

AQ

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