Todos somos hijos de Pedro Páramo. Todos vagabundeamos por sus tierras áridas, bajo un cielo de colores inciertos, buscando a un padre. También sabemos que ese padre tiene diferentes nombres (“se llama de este modo y este otro”) y que si lo encontramos debemos exigirle “lo nuestro”. En las páginas de Comala hemos respirado para siempre el cielo incierto y el sonido lacónico de los murmullos. Hemos aprendido a leer en sus frases concisas, llenas de polvo y de desesperanza. Sabemos que esta zona entre la vida y la muerte no sólo se llama Comala sino también América Latina.
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Seguimos a Juan Preciado sólo para que Abundio, el arriero a quien encuentra, le diga que él también es hijo de Pedro Páramo (un “rencor vivo”) y que su padre murió hace muchos años. Poco después nos enteraremos que Abundio también es un fantasma, y que avanzamos entre los murmullos que pronuncian los cadáveres en el aire detenido.
La novela está compuesta por fragmentos. La idea de los capítulos sería ajena a la naturaleza de la historia. Todas las voces aparecen. Habla Juan Preciado, habla Damiana Cisneros, habla Fulgor Sedano, habla Pedro Páramo. Los muertos conversan enterrados unos junto a los otros. El tiempo se ha congelado porque todos están sujetos a un destino sin redención, que recuerda a las “estirpes condenadas a cien años de soledad”. Todos recuerdan sus historias y se acompañan. Viven o mueren en el pasado pero el pasado es el presente y es el futuro. Por eso es que las contradicciones sobreviven: Pedro Páramo es un caudillo cruel y despiadado, pero tiene una debilidad por Susana San Juan que a su vez desea a Florencio. Susana es el erotismo y el misterio. Pedro es el poder y la tierra. El Sol está representado por Pedro pero la Luna se dibuja en los ojos y la boca plateada de Susana.
Pedro es la primera piedra, el origen de todo, una obsesión de la incertidumbre latinoamericana. El páramo es su destino. Cuando el libro aparece, las críticas señalan que tiene demasiadas incoherencias, fragmentos sin sentido, retazos dispersos. Poco después, los lectores se dieron cuenta de que esos fragmentos eran un espejo destrozado de nuestra historia. El libro fue ganando seguidores y sólo en Estados Unidos llegó pronto a vender más de un millón de ejemplares. El próximo año es su aniversario setenta y nos sigue deslumbrando con sus frases escritas entre espacios y tiempos sin nombre.
Y ahora viene Rodrigo Prieto, que ha participado en cosas tan absurdas como Barbie, para dirigir su primera película. Prieto, el guionista Mateo Gil y todo el elenco logran lo que parecía imposible: darnos la ilusión de que esa zona entre la vida y la muerte, poblada de murmullos, puede tener imágenes y sonidos verdaderos en una pantalla. La cinta —que puede verse en Netflix— nos integra a esos caminos sin fin, a los tonos de tierra y a las frases sonrientes y funestas de sus personajes. Es la cuarta vez que la novela es adaptada al cine. Por primera vez, sentí que podía ver sus rostros y sus sonidos atrapados en el viento. Es el viento congelado de nuestra historia.
AQ