Lo único que conmociona más que lo inesperado, es lo esperado para lo cual no hemos sabido prepararnos. Esta frase de la historiadora Mary Renault sirve para describir el covid-19, la primera pandemia del siglo XXI. En diciembre de 2019 el doctor Li Wenlliang alertó sobre el brote de un virus de la familia SARS. El joven médico del hospital de Wuhan murió contagiado por un paciente después de que las autoridades chinas lo arrestaran, acusado de difundir rumores. “El gobierno central chino decidió imponer la cuarentena, con métodos dictatoriales en Wuhan (con una población de 11 millones), pero ya era tarde. La pandemia había empezado a cundir”, escribe Jacques Lafaye (París, 1930), en Una plaga bíblica en la posmodernidad: treinta siglos de epidemias y una más…, visión retrospectiva de los contagios que a lo largo de la historia han recibido el nombre genérico de “pestes”. “La ceguera presente ante la pandemia es más inexplicable e irresponsable si nos avocamos a los siglos pasados”, sentencia Lafaye.
El fenómeno epidémico se deriva de la “zoonosis: la agresión a la biodiversidad perpetrada por el desarrollo técnico-industrial, y el cambio climático derivado de ello”, que nos han vuelto más vulnerables al contagio de especies animales. Elías Canetti decía que el papel del historiador es proteger aquello que los poderosos han destruido. Guiado por la urgencia de situar la pandemia en un contexto que nos permita entenderla mejor y hacer una reflexión sobre nuestras acciones, Lafaye, uno de los más grandes especialistas en historia de la cultura iberoamericana, autor de Marcel Bataillon, un humanista del siglo XX, Quetzalcóatl y Guadalupe y Los conquistadores: figuras y escrituras —por mencionar sólo algunos de los títulos que conforman su vasta y reconocida trayectoria—, refiere que Tucídides, en su Historia de la guerra del Peloponeso, relata la peste que azotó Atenas en el siglo V, al parecer, una epidemia de tifus, tan implacable que “ningún temor de los dioses ni ley humana” logró detener.
En Éxodo, versículos 7 a 11, se enumeran las plagas de Egipto, una de ellas, la lepra. Los sacerdotes egipcios, que fungían como los médicos de entonces, anticiparon la medicina moderna en “aspectos esenciales, como el asilamiento del sujeto contagiado, la purificación del cuerpo y sus vestidos”.
El historiador latino Amiano Marcelino describe la peste justiniana (siglo VI d.C.), que afectó al imperio romano, epidemia que duró hasta 550 y se expandió de Constantinopla a todos sus territorios. El contagio provino del vecino imperio sasánida (Persia), con el que Justiniano estaba en conflicto fronterizo. De los testimonios y descripciones de Procopio y Casiodoro sobre el horror frente a una mortandad masiva e incontrolable se deduce que se trató de una peste bubónica.
La peste negra, la de mayor impacto en la memoria colectiva, surgió en 1347 procedente de las estepas de Asia Central, donde era endémica, y arrasó toda Europa con la notable exclusión de Hungría. Se cree que Italia, Francia e Inglaterra perdieron la mitad de su población total. En conjunto desapareció el 30 por ciento de la población del Occidente europeo. La enfermedad se extendió hasta Escandinavia y alcanzó Moscú en 1552. A fines del siglo XV reapareció, aunque con menos fuerza. “Hecho digno de la memoria es que los turcos, asediando la plaza genovesa de Kaffa, catapultaron cadáveres pestíferos [contra el enemigo], prefigurando la guerra bacteriológica”. No sólo el comercio por mar, sino también las guerras propagaron la pandemia. “En aquel tiempo, igual que hoy, el contagio procedió de Asia y se debió a la globalización del comercio. En nuestro tiempo los transmisores del virus llegaron por los aeropuertos”.
Entre 1918 y 1919, en sólo 18 meses la gripe española —la primera causada por el virus A del subtipo HIN1— cobró 50 millones de vidas: cinco veces más que el total de muertos en la Primera Guerra Mundial. Layafe cuenta que la gripe cundió primero en el cuerpo expedicionario norteamericano que desembarcó en Francia en 1918, para reforzar las tropas franco británicas en el valle del río Marne, frente al invasor germánico. “Por una desgraciada circunstancia, el contagio del rey de España Alfonso XIII” hizo que el flagelo se diera a conocer como gripe española, aunque no se originó en España. “En rigor tendría que haberse llamado gripe americana, dado que el primer caso diagnosticado como H1N1 fue el 11 de marzo 1918, en un soldado de la guarnición de Fort Riley, Kansas”. Entre sus víctimas, el káiser germánico Guillermo II y el sociólogo Max Weber. Woodrow Wilson también se contagió cuando negociaba el tratado de Versalles, en 1918.
La historia epidemiológica de México desde la conquista española “ha sido una tragedia de tal magnitud que el virus actual resulta, en proporción, más mediático que mortífero: hablan los testigos y las cifras”. Cuenta Lafaye que el número de víctimas indígenas por la viruela fue infinitamente superior al de los muertos juntos de la matanza del Templo Mayor, la Noche Triste, la expedición de Cortés a las Hibueras o la conquista de Jalisco por Diego de Guzmán. Contamos con los testimonios de fray Toribio de Benavente, apodado Motolinía, el jesuita Francisco de Florencia o el padre Sahagún. Para la Nueva España y, en especial, para los indios, no hubo tregua. Las infecciones más mortíferas que se recuerdan son las de sarampión en 1530-1531, 1545, 1576-1579 y 1595, y las “pestes” de 1725 a 1728, y la de 1736. El cólera resurgió en México en 1991 con 2 mil 690 casos identificados.
Hoy “la ceguera de algunos jefes de estado con perfil tiránico… ha propiciado el crecimiento exponencial del contagio”. Hasta ahora el número de muertes oficiales por covid en nuestro país supera los 200 mil y es de casi tres millones a nivel mundial. Para Lafaye el resultado de la negligencia en la prevención (cerrar de inmediato las fronteras y activar el rastreo), y la anárquica manera en que se ha contenido la epidemia, se reflejará en una recesión económica. Hay quienes afirman que la crisis epidémica demuestra mayor eficacia de los regímenes autoritarios en comparación con los liberales, en los que muchos ciudadanos resienten la imposición de medidas sanitarias como un obstáculo a su libertad individual. “No se puede reducir la diferencia al régimen político; es principalmente efecto de la cultura. La democracia alemana se ha defendido mejor que la francesa o la inglesa”.
La mayor diferencia entre esta pandemia y las precedentes en la historia antigua y reciente es la amplificación del fenómeno por los medios de comunicación, dice Lafaye. Las recomendaciones profilácticas, repetidas incansablemente, las estadísticas cotidianas de contagios y fallecimientos, los pronósticos contradictorios, el confinamiento y desconfinamiento, han engendrado una psicosis que constituye en sí otra pandemia: la de la angustia. A la epidemia se ha sumado una infodemia, “si bien menos letal, casi igual de perturbadora”.
Vivimos de cara a un presente desalentador y un futuro utópico. Quizá la historia sea el recuento de los esfuerzos y las aspiraciones truncadas; de los cambios y retrocesos; de lo impalpable y lo inesperado. Lo cierto es que, tarde o temprano, todo —por dominante que sea— llega a su fin. La realidad de hoy no será la de mañana, pero el sentido permanente de tragedia crece, pienso yo, por aquello que Lafaye llama “la distanciación física humana”, un mundo donde la civilización se ha vuelto online.
Una plaga bíblica en la posmodernidad. Treinta siglos de epidemias y una más…
Jacques Lafaye |El Colegio de Jalisco | 2021
AQ