‘Tres cruces’: otra de narcos

Libros | A fuego lento

La novela de Alejandro Paniagua Anguiano no puede eludir una de las mayores fatalidades de este tiempo.

Portada de 'Tres cruces', de Alejandro Paniagua Anguiano. (Textofilia)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

A pesar de sus esfuerzos por maquillar la realidad documental mediante el flujo irregular de alucinaciones y ensoñaciones y ciertas dosis de lirismo, Alejandro Paniagua Anguiano no puede eludir una de las mayores fatalidades de este tiempo: escribir otra historia de narcos. Tres cruces (Textofilia) nos condena a escuchar el mismo sonsonete que desquicia nuestras mañanas: dos grupos delincuenciales se enfrentan por el control de un territorio.

Las tres cruces representan a los tres protagonistas de la novela: un sicario, Ponzoña; una joven abuela alcohólica, Estela; una niña casi púber, Lúa. A su manera, y no sin patetismo, tienen tratos íntimos con la muerte. Pues, parece sugerir Paniagua Anguiano, ¿de qué otra cosa debe escribirse en México? Dejemos la imaginación a los fugitivos de esta seductora realidad.

Los tratos con la muerte incluyen la fascinación por lo morboso, como si la muerte fuera solo la maestra de ceremonias de la nota roja. A Ponzoña lo vemos descuartizando a una víctima, a Estela describiendo las moscas adheridas al cofre de su automóvil después de atropellar a su hija y a Lúa jugando con los cadáveres insepultos que esperan la hora de ser disueltos en ácido. Se pensaría que semejantes cuadros alentarían un sentimiento de piedad o indignación pero no es así. No pasan de remitir a las estampas didácticas con que algunas almas parroquiales pretenden infundir pavor en su rebaño. Es decir: Paniagua Anguiano procede como si el lector no estuviera obligado a poner algo de su parte, de modo que le hace todo el trabajo y le entrega la consabida papilla de colgados, descabezados, quemados en vida para que siga cómodamente instalado en su apreciación de la realidad. Así que mejor prescindir de la ambigüedad, la conjetura, la venerable complejidad; esas nimiedades también están bien muertas.

El final de Tres cruces se resuelve —¿acaso podría ser de otra manera?— con un grupo de matones encapuchados y a balazos. No puedo entonces dejar de pensar que Paniagua Anguiano nunca tuvo en mente a la literatura. No, claro que no. Para qué hacerlo cuando ahora no hay nada más prestigioso que ver cómo el libro ese que por descuido ocupó un sitio en una librería ha llegado al paraíso prometido por las series para internet y la televisión.

Tres cruces

Alejandro Paniagua Anguiano | Textofilia | México | 2022

AQ

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