Tripas | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

Quizá el confinamiento por la pandemia nos ha vuelto particularmente sensibles a nuestras sensaciones. Habrá que armarnos de paciencia y de placer.

¿Será que, para entender lo que el futuro nos depara, tendremos que leer hígados e intestinos como los arúspices romanos? (Foto: Unsplash)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Parece que ya es sabido que nuestro sistema digestivo tiene neuronas; son neuronas muy sensibles, pienso, especialmente temperamentales y a lo mejor no reaccionan de maneras tan inteligentes como se esperaría de una neurona hecha y derecha: ante cualquier contrariedad, lo único que se les ocurre es mandarlo a uno al baño o a la farmacia a comprar Peptobismol. De verdad que cuánta susceptibilidad: si con cualquier preocupación nos sacan de combate, con los terrores lanzan llamas, alaridos e inundaciones, es de no creerse la de recursos operísticos con que los estómagos nos azotan.

No sé, será que tantos meses de pandemia, si no encerrados en las casas, por lo menos concentrados en las noticias del cuerpo y las sensaciones, a la espera de no perder a nadie más y no contraer la enfermedad, nos volvieron especialmente sensibles. Pero no sólo: da la impresión de que las tripas han reinado en todo este periodo, a extremos exagerados. De las conferencias mañaneras de las que muy seguido brotan por desgracia toda clase de vientos y regurgitaciones, las noticias de espanto y los regaños vespertinos que hemos padecido con terror de contagio, el concierto visceral de nuestra vida pública no se ha detenido. Y no se hable de las recientes elecciones y consultas: votar con las tripas ante propuestas de desaparecer visceralmente a las partes opositoras. ¿Será que, para entender lo que el futuro nos depara, tendremos que leer hígados e intestinos como los arúspices romanos?

La oficina de nuestras tripas habrá de ser la opuesta de los bomberos, que a saber en qué parte del cuerpo se podrían encontrar: una parte que enfríe, calme, piense; será quizá el tacto suave de las manos o el de la mirada que mide. Quizá la del cerebro: la mente fría, dicen, la que considera las cosas sin dejarse llevar por la emoción; o la del corazón, que acaso entiende. ¿Pero no es la mente la que se enardece de ideas locas, no es el corazón el que se apasiona? Las tripas son las que gritan en su nombre, las que se desbaratan. Son como los espectadores de nuestro estadio corporal: volátiles, crédulas como votantes demasiado convencidos o como público de fútbol, se retuercen, saltan y se rebelan. Y no siempre podemos controlarlas, ni deshacernos de ellas.

Hígados, vesículas, estómagos, apéndices, órganos esdrujularios y temperamentales, bailan en estos días por nuestros cuerpos inanes. Habrá que armarnos de paciencia y de placer, especialmente; defender el placer de la lectura, que es también el de la inteligencia y la curiosidad, que no son poco, y alegrarnos de haber podido ver, en las Olimpiadas, los prodigios de aquellos cuerpos deportistas y sus alcances, ese esplendor que también somos.

AQ

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