En su cuento “El profesor de literatura”, también conocido como “El profesor de ruso”, Chéjov nos muestra algunas escenas de esa nobleza o aristocracia rusa a la que no le bastaba amasar una fortuna, sino que también debía poseer una respetable cultura. Así como hoy los millonarios presumen sus coches o departamentos en Miami, en aquellos años se presumía una perfecta dicción del francés o haber leído tales o cuales libros. Estas personas que se esforzaban por saber más aparecen en toda esa literatura, desde Gógol a Tolstói. Y, por supuesto, ponían el ejemplo para las clases menos privilegiadas, que buscaban imitarlos a través de la educación, sobre todo de la lectura. Aquí los nacos son quienes no poseen la educación que presumen, carecen de ingenio o pronuncian mal un idioma extranjero.
En el cuento de Chéjov, después de realizar un paseo a caballo, los jóvenes se ponen a discutir sobre literatura. Hablan de Dostoievski y Saltykov-Shchedrín, y debaten si Pushkin tiene algo de sicólogo o solo es un gran poeta. Para esto, recitan de memoria algunos pasajes de Eugenio Oneguin y de Boris Godunov. Un anciano escucha la conversación y se acerca al profesor de literatura para preguntarle si ha leído Hamburgische Dramaturguie de Gotthold Ephraim Lessing. Queda escandalizado cuando el muchacho le dice que no.
Personajes como esos vemos pocos en la vida cotidiana, en cambio nos resultará más conocido un tal Hipolit Hipolítich, que Chéjov describe como un “infatigable urdidor de lugares comunes”. Así, por ejemplo, Hipolit habla del clima, como tanta gente que no sabe decir nada mejor: “Sí, hace un tiempo estupendo. Estamos en mayo y pronto llegará el verdadero verano. Y el verano no es lo mismo que el invierno. En invierno hay que encender las estufas, mientras que en verano hace calor sin necesidad de encender nada. En verano abres la ventana por la noche y aun así hace calor, mientras que en invierno se ponen marcos dobles y aun así hace frío”.
Hipolit Hipolítich enferma y, durante sus delirios, justo antes de morir, dice: “El Volga desemboca en el mar Caspio… Los caballos comen avena y heno”. Tal como acostumbra, el genio de Chéjov nos hace reír con lo que no tiene gracia.
El cuento sigue los pasos del profesor de literatura, que se casa con la mujer que ama y recibe como dote propiedades y una fortuna en efectivo. Entra en un mundo feliz que termina por desmoronarse cuando él examina su vida según el consejo socrático: “Me cercan la vulgaridad y la trivialidad. Gentes aburridas y mezquinas, pucheros con nata agria, cántaros de leche, cucarachas, mujeres estúpidas… No hay nada más terrible, ofensivo y mortificante que la trivialidad”.