Hoy tendrá lugar en la FIL Monterrey un homenaje a Gabriel Zaid, una de cuyas mesas se titula “La ciudad política de Gabriel Zaid”. De entrada, parecería raro vincular a la esfera política a una persona que nunca ha militado en partidos, que no ha ocupado puestos públicos, que no es un académico en la materia, que no suele aparecer en la televisión haciendo comentarios, y de quien ni siquiera circulan fotografías.
Ciertamente, desde hace más de cinco décadas, Zaid constituye una presencia fundamental en la conversación pública y ha intervenido de manera valiente y controvertida en diversas circunstancias políticas; sin embargo, estas intervenciones han sido excéntricas. Su aportación a la ciudad política ha consistido en animar la conversación y el debate en torno a las opiniones y prejuicios más arraigados en todos los terrenos.
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En un tiempo de especialidades incomunicadas, Zaid ha tocado las puertas de las más diversas disciplinas y ha sabido franquear herméticas cerraduras profesionales. Su espectro de intereses y aportaciones abarca desde el análisis de la economía, las propuestas prácticas de urbanismo y política social o los señalamientos puntuales sobre desfiguros políticos hasta la sociología del intelectual moderno, la demografía del libro o el escrutinio de la fama. Se trata de un despliegue prodigiosamente amplio de preocupaciones que responden a una idea de armonía y correspondencia de los conocimientos y que ha requerido esgrimir, más que teorías, intuición e inteligencia práctica.
En efecto, la forma de intervención de Zaid en la arena pública no ha sido la abstracción filosófica o ideológica, sino el fiel seguimiento a un instinto libertario y a un poderoso sentido común que lo alertan contra los dogmas. Un vistazo a la obra de Gabriel Zaid permite constatar su rechazo a las teorías rígidas en cualquier ámbito y su preferencia por el tratamiento casuístico y pragmático. Por eso, la participación de Zaid en la conversación de la ciudad parte siempre de asuntos concretos y busca sustentar sus argumentos tanto en el razonamiento lógico como en los datos duros.
La crítica de Zaid más que de aseveraciones, se nutre de preguntas pertinentes, así como de propuestas prácticas y modestas. Esta ausencia de certezas últimas, explica el tono constructivo y afable de su crítica: Zaid no habla desde el púlpito de superioridad moral del profeta, ni desde la infalibilidad teórica del sabio, ni desde la trinchera del militante, sino desde el convencimiento socrático de que platicar y discutir ayudan a generar consensos y vislumbrar verdades. Por eso, Zaid ha buscado mantener la conversación como un espacio equidistante entre los sofistas y los demagogos; entre la aridez y esoterismo de la academia y la superficialidad de los medios. Esto lo ha logrado cultivando la claridad y rigor de la expresión, el respeto y curiosidad por todo tipo de interlocutores, el optimismo realista y, sobre todo, la sonrisa de humor benigno.
AQ