Pensar en los otros y sugerir los caminos del arte. Ponerlo en la mirada desde los cuerpos y sus voces: los diálogos que se quedarán como un acontecimiento trascendente y feliz en la memoria de los niños.
Allá en el desierto sonorense, donde los días contienen la infausta presencia de las balas. Donde el café es un buen motivo para la conversación detrás de la cortina, en la desolación que funda la violencia en las calles.
Padres e hijos, la familia guarecida por momentos, y después con estoicismo regresar a la rutina: el trabajo, la escuela, la lucha diaria en aras de la formación y continuar el cuento que es la vida.
Al desierto de Sonora: Caborca, Pitiquito, Oquitoa, llegan los integrantes de La Cachimba Teatro, esa agrupación que reparte arte e incita conciencias, el despertar en un mundo mejor cuando se le apuesta a imaginar precisamente la posibilidad de esos otros mundos de armonía y fraternidad.
Los integrantes de la compañía: actores, músicos, encargados de logística, toman por sorpresa el horario de clases, los estudiantes se despojan de las materias de rigor, acuden al llamado y ocurre el milagro: el teatro por vez primera en la humanidad de cientos espectadores con su mirada límpida, conciencia ídem.
La sonrisa, el júbilo, preguntas y comentarios, el deseo de llegar a casa y compartir con sus padres el acontecimiento que se vivió ante el antifaz de los actores, con el sonido de batería, saxofón y teclado como plataforma de una historia que son muchas. La diversidad del pensamiento, la comprensión y respeto para con los otros y nosotros mismos.
La firma de un actor
Absortos. En el viento las sonrisas. Un grito inevitable. El mutis obligado ante la conmoción de la escena. En la cancha los niños viven las historias propuestas en La rosa de los vientos, del dramaturgo Roberto Corella.
Escudriñar en el pensamiento es inevitable, y las preguntas: ¿Cuánto de vida, de lecturas, de escribir, se requiere para la construcción de un texto con estas características? Donde la anécdota más presente es la empatía. ¿Y la dirección escénica? El perfecto desarrollo del trazo, la exploración integral de cada uno de los actores, el movimiento convincente y pleno en cada acción.
Debe ser por eso que los niños, al final de la propuesta, cuadernos en manos se acercan a los protagonistas de la obra. Quiere cada uno de ellos conservar desde el puño y letra de los actores y músicos, el recuerdo impreso en esas hojas de infancia. Al pasar mediodía los niños llegarán a sus casas a mostrar la firma como un preciado recuerdo de una mañana distinta. Y contarán a sus padres la trascendencia del arte, y quizá escribirán en sus cartas a Santaclós la petición de un mundo donde aflore el teatro.Aquí, en Caborca, donde las noches son la incertidumbre y los días el resumen de la desgracia. Aquí en Caborca, donde el mapa se tiñe de rojo, aquí en la perla del desierto, la premisa de la compañía La Cachimba Teatro: tocar las vidas, con arte para siempre.
La violencia no puede apagar el amor
José Manuel Amparano es director de la Escuela Primaria Josefa Figueroa, atento observa y siente, reacciona con aplausos y la felicidad pende en su rostro que expone sonrisas. En el curso de la propuesta dramática, José Manuel es testigo de cómo los alumnos del jardín de niños, contiguo a la escuela primaria, utilizan el tiempo de recreo y miran desde la cerca; al igual que él los niños se visten de euforia, la evidencia se proyecta en sus miradas.
Luego del último aplauso, entre algarabía y comentarios, la felicidad generalizada, abordamos al director de la escuela.
—¿Qué le pareció la propuesta?
—Excelente, los alumnos no están acostumbrados a las artes, y que vengan aquí a la escuela este tipo de manifestaciones lo considero importante, lo veo en la reacción de los niños, en cómo estuvieron atentos, prestando atención a la obra; es la primera vez que ocurre esto, han presentado obras, entre ellos y los maestros, pero una obra bien bonita como La rosa de los vientos, es la primera vez… Y es a través de estas actividades que podremos solventar un poco lo que pasa en Caborca en el tema de la violencia; es urgente trabajar con la gente, con los compadres, reforzar ese amor por el arraigo y por nuestras tierras, la violencia no puede apagar el amor por lo que es nuestro, y es a través de estas actividades que podemos reflexionar y pensar más en nuestra sociedad.
El timbre avisa a los estudiantes que es momento de regresar a las aulas, a la rutina habitual. El trajín del mediodía contiene un tono diferente a los otros días, en el entramado de recuperación de la utilería, antes de que actores y músicos emprendan su camino hacia otros espacios, otras miradas, un halo de emoción permanece en la sinergia de la escuela. El arte ha enquistado su magia en el desierto, la ciudad, los espectadores. La interacción y testimonios sobre el efecto de ver que es sentir, está inscrito en el libro que es la memoria.
La infancia y su voz
“Soy Brandon, lo que más me gustó es que cantaron. Nunca había visto una obra de teatro, que bueno que esta fue la primera vez”. “Me llamo Naomi, hoy les diré a mis papás que en la escuela se presentó una obra muy bonita, ojalá que con eso luego quieran llevarme al teatro”. “Soy Leira, voy a quinto grado, lo que más me gustó de la obra fueron las canciones y los actores, de las canciones el ritmo, de los actores su actuación, muy bien. Creo que alguna vez me llevaron a ver teatro a la Casa de la Cultura. Esta obra me hizo ser feliz”. “Yo me llamo Luz Natalia, la obra fue muy divertida, me hizo sentir como si fuera niña chiquita, lo que más me gustó fue todo, todo, todo”. “Lo que más me gustó fue cuando viajaron al campo y a la ciudad: me llamo Alison”. “Soy Luis Eduardo, me gustó que interactuaran con nosotros, me hizo sentir alegría”.
Pitiquito: el teatro como un respiro
Como un remanso de paz, la cordura de un día o unas horas. La gratitud que se transcribe en algarabía.
Dice la prensa (las estadísticas lo confirman) que Pitiquito es la hecatombe, que un día las balas, otro día los levantones. Y así el cuento infausto.
Y por eso recibir el cargamento de historias que transporta el carromato de la Compañía de Teatro La Cachimba, es para esas horas de clases, la pauta que maravilla a los niños, y al personal de la Escuela Primaria Francisco Burruel Almada. La congregación en la explanada que se convierte en butaca, es más que un motivo para sonreír: el conocimiento primerizo de la existencia del arte histriónico.
La rosa de los vientos es un dictado de los valores, la definición de los rumbos, el amor que predomina como un guion para la descripción de la armonía: con inteligentes diálogos. A profundidad.
Y están allí, ante las notas que marcan la pauta, ante las miradas cercanas de los espectadores, en esa tarde en la que Pitiquito recibe un regalo caído del cielo. Porque los niños, las familias, tendrán otros temas, el tiempo que dure, la ausencia de las historias que laceran casi todos los días. Por unos instantes el tiempo y su piedad en los diálogos, en la interacción de personajes y aliados de la escena: los que contemplan.
Cecilia Isaura Facio Maldonado es maestra de quinto grado de la Escuela Primaria Francisco Burruel Almada, en Pitiquito. Su oficio y la tarde le trajeron el privilegio de observar la puesta en escena. Luego de los sonidos de la felicidad como colofón de la propuesta, como reacción en los espectadores, y poco antes de regresar a clases, la maestra comenta sobre la obra:
“Hermosísima, muy bonita, y sobre todo un aprendizaje para los niños sobre la rosa de los vientos. La música muy padre y hasta se antoja el movimiento al ritmo de las notas”.
—¿Por qué es importante este tipo de manifestaciones para los niños?
—Es muy importante porque ellos lo necesitan; uno en el aula propone lo que viene en los contenidos de las materias, pero es muy bueno esto porque así aprenden del teatro, de temas, por ejemplo el de la rosa de los vientos que viene en nuestro libro de geografía, entonces muchas veces a ellos se les da al principio, pero así en obra de teatro se les queda más grabado el qué es la rosa de los vientos.
“Pensando en nuestro contexto, esta obra también viene a ser un respiro para los niños, porque ellos no tienen otro tema que no sea la violencia, por ejemplo aquí en el aula se ponen a platicar de sicarios, de lo que hicieron y hacen, que si a dónde tiraron, en dónde se presentaron, entonces esto es tomar aire aquí en la escuela, porque ya es otro tema, ellos ya con esto no están pensando en lo que sucedió anoche y que o tienen qué contar al día siguiente. Al rato que lleguen a sus casas contarán sobre La rosa de los vientos: ¿vio cómo estaban entretenidos? Tenemos tema para la semana y eso es importante y necesario.
Antes que la tarde arroje su última dosis de luz, antes que el carromato emprenda su nueva ruta, Jesús Salvador, estudiante de quinto de primaria, contempla con nostalgia el trajín de actores y músicos. Antes de que éstos partan, comenta: “Extrañaré La rosa de los vientos, esto que ahora no solo es una guía de los marineros, sino también una obra que nos hizo bailar y reír”.
Oquitoa, oquitoíta
Es un lugar silente donde el viento retrata los colores del horizonte. Una puesta de sol que describe a la perfección el paraíso terrenal que es el desierto de Sonora.
Aquí las familias son pocas, sin embargo, el deseo de aprender, ver y disfrutar, se manifiesta en la plaza, antes de ponerse el sol. Y acuden los más a esa tercera llamada de La Cachimba Teatro. Comenzamos. Y ya los niños, las madres y padres de familia, sentados en las sillas frente al carromato, algunos otros desde el árbol que guarece, la felicidad es una constante.
Baila a lo lejos el señor de sombrero, quien más tarde se apersonará a felicitar a los integrantes del reparto de La rosa de los vientos.
“Ojalá hubiera más obras de este tipo, ojalá vinieran más seguido”, manifiesta Romeo González, comisario del pueblo, quien afable y comprometido, observó la obra desde un costado del escenario. Con la risa siempre presente.
Ya después vinieron sus comentarios sobre la propuesta escénica:
“Tengo cuatro años trabajando aquí y no me había tocado ver un teatro andante por estos lados, ha habido otros eventos, pero algo como esto nunca. Aquí los niños asisten al escuadrón juvenil de seguridad pública, también los tenemos en entrenamientos de box, que precisamente mañana tenemos un evento en Santa Ana. Son pocos los niños de aquí pero siempre tratamos de que estén en movimiento, para alejarlos de las malas compañías, de los malos pensamientos. Ojalá pronto vuelvan los artistas para que la gente de aquí tenga la posibilidad de admirar y aprender”.
Santiago García Chaira es su nombre. Nacido y criado en Oquitoa, es tapirero de oficio. Desparpajado y directo, con aliento aguafuerte y la catarsis en su mirada, luego de presenciar La rosa de los vientos, expone: “El tápiro es la uva, de donde sale el vino, por eso soy tapirero (porque también lo bebo) y además me dedico a trabajar en el rancho para cuidar mis vaquitas y borregos; vivo aquí subiendo por la iglesia, ahí tienes tu casa”.
—¿Qué te pareció la obra?
—Me divertí mucho, ahorita le di las gracias a una de las actrices, a la que andaba bailando, con el sombrero, me hizo recordar a cuando yo bailaba y cuando estaba niño, de cuando jugaba a las catotas y me llevaban al circo; esto es como un circo donde uno se entretiene y aprende mucho, porque lo que dicen los actores es muy interesante, por eso me gustó mucho, ahí estaba sentado yo, me gusta mucho lo que hicieron. Ojalá pronto vuelvan a oquitoíta.
AQ