Mientras España es sacudida por un “terremoto político” que ha desencadenado una lucha “a cara de perro” entre la derecha y la izquierda, y mientras comienza el año dos de esta era pandémica, acabo de llegar al punto final de Yoga, el nuevo libro de Emmanuel Carrère. Me he identificado tanto con la depresión de caballo que él sufre y me he maravillado tanto con su forma de narrar que, para evitar caer en una espiral existencialista, he optado por ir a ver una comedia teatral.
Es una tarde soleada pero corre un viento frío. A pesar de que el virus sigue al acecho, el bullicio ha vuelto a apoderarse de las calles de Madrid y las terrazas de los bares lucen repletas de gente sin mascarilla, harta quizá de las restricciones sanitarias implementadas hace justo un año. Dentro del Teatro Español, sin embargo, las precauciones continúan. Ni las artes escénicas ni, prácticamente, ningún otro sector cultural se han repuesto de los meses de clausura, pero los intentos de revivir sus actividades no dejan de aflorar. “La cultura es segura”, repite la gente del mundillo para dejar claro que, hasta la fecha, no ha habido ningún brote de contagios dentro de un teatro o de un cine o de un museo. De todas formas uno se pone doble mascarilla y, por si acaso, se encomienda al Altísimo (o cada quien sabrá) y se aventura a compartir espacio con desconocidos.
La obra se llama La señorita Doña Margarita, es un monólogo escrito por el dramaturgo brasileño Roberto Athayde y está interpretado por la veterana actriz española Petra Martínez. Es un libreto con un humor entre colorado y negro. No obstante, el tema que trata es el autoritarismo, algo muy serio. Mi intención, ya lo dije, era evadir la realidad a base de carcajadas, pero ¿qué querían que hiciera? ¿Salirme a media función? Ya que estaba ahí, mejor puse atención.
Margarita es una curtida y estridente profesora y todos los que formamos el público somos, para ella, sus alumnos adolescentes y, como tales, hemos de permitirle que nos instruya o, lo que es lo mismo, hemos de dejarnos inculcar una serie de “valores” para enfrentar los obstáculos de la vida. “Si soy dura o alguna vez los regaño”, nos dice con ternura impostada, “es por el bien de ustedes, es para ayudarlos”. También, entre cachetadas de guante blanco, especifica que la obediencia es la reina de las virtudes porque, dice, “si algo quieres merecer, debes siempre obedecer”.
Y así, entre lección y lección, entre la seducción y el chantaje, entre la sátira y el disparate, va tejiendo su red de control, dicta las normas y advierte lo que debemos aprender y lo que no y nosotros, desprendidos ya de nuestra conciencia y sentimientos, pero con una sonrisa estampada en el rostro gracias a sus cancioncitas ñoñas, delegamos en ella nuestro destino. Al final, cuando uno se da cuenta de que esta profesora es en realidad una mujer que tergiversa y recompone los retazos de su escaso conocimiento y que es tan frustrada y reprimida como siniestra y tan ególatra como violenta, para entonces, digo, ya es demasiado tarde. Porque para la señorita Margarita no es válida la libertad del individuo y únicamente persigue el sometimiento.
Todo es una metáfora, claro está, de cómo se organiza y se ejerce el poder (político, religioso, familiar…) y de cómo la sociedad, cada vez más infantilizada, se deja llevar hacia el escepticismo y la falta de ideales, sin darse cuenta del peligro que eso conlleva. Así que uno sale del teatro y atraviesa la Plaza de Santa Ana “comiéndose la cabeza”, como se dice aquí, con una ristra de preguntas: ¿por qué cada vez más aceptamos que nos disminuyan las libertades a cambio de “seguridad”?, ¿por qué permitimos que el autoritarismo campe a sus anchas?, ¿por qué en tiempos tan difíciles el individualismo le gana a la solidaridad?
A la sombra del pesimismo volví a casa y entonces, para acabarla de amolar, el telediario empezó a escupir sus alarmantes estadísticas de contagiados y de muertos y de desempleados y, como telón de fondo, los dimes y diretes de los políticos egoístas. Serán los 12 meses de mierda que llevamos o será el sereno, pero ¿ustedes no están cansados de todo esto? ¿Y qué piensan hacer?
AQ