Vacuna | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres

"Nadie nos dice ya que somos muy valientes; en realidad todos lo somos".

Mujer recibe la vacuna contra el covid-19 en la Ciudad de México. (Foto: Juan Carlos Bautista | MILENIO)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Nos vemos más jóvenes los vacunados: ganamos los años que íbamos a perder si la enfermedad nos atrapaba. Y eso que la vacuna nos recuerda a algo antiguo, algo que se recibe en la infancia y se aplica en la infancia. No se me ha borrado aquella escena en el colegio con los niños de mi grupo, en algún salón o enfermería: la fila de escolares inquietos, la manga levantada, el piquete en el brazo, el fuiste muy valiente, la sonrisa de orgullo. Y después esa pequeña cicatriz que duró tantos años cerca del hombro como un sortilegio, una especie de talismán. Entonces las desgracias eran otras; recuerdo a mi madre hablando de la polio con su ceño trágico: pobres criaturas, les había caído la maldición porque no alcanzaron a vacunarlos. No era raro ver en la ciudad a algún niño con polio obligado a caminar con aquellos fierros en las piernas. Por ventura, esos niños fueron desapareciendo del paisaje, como un mal recuerdo. Con ellos la viruela, las paperas, el sarampión; las vacunas los convirtieron en fantasmas atenuados de grandes desgracias anteriores que ya sólo el ceño de mi madre evocaba junto a las de la guerra.

A la mitad de la vida, como en una película se suceden inyecciones esporádicas a la familia, vacunas casi de trámite para enfermedades que quizá ya no le den a nadie, inyecciones con halo de inverosimilitud, casi tan sólo por alejar a la mala suerte. Se hablaba de una vez en que iban a inyectar a mi hermana contra la rabia porque la mordió un conejo, pero no. O un clavo que se me enterró en una rodilla y una carrera a vacunarme contra el tétano, por si acaso. Vacunas contra la neumonía en el invierno, vacunas contra la influenza de aquella vez. El conejo, el clavo, echar un poco de sal por encima del hombro para alejar a la desgracia, sortilegios de lotería.

Y ahora, de otro lado de la vida, la desgracia extendida, las muertes y la vacuna de nuevo como un verdadero prodigio. Una vacuna que se desarrolló en un año gracias a la ciencia tan denostada, algo jamás visto. En medio de las muertes y la sensación de estar inermes, un oasis para los que tenemos esta edad y vivimos aquí; en algunos lugares donde se aplica hay música, muchachos y muchachas muy organizados y gente conmovida por los viejitos, aunque no siempre nos guste ese trato de niños; o quizá, sí, ser niños de nuevo en la fila expectante, la manga levantada, el nerviosismo, años ganados. Nadie nos dice ya que somos muy valientes; en realidad todos lo somos. “Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas son los que no han ido nunca a ninguna parte”, decía Antonio Machado que decía Juan de Mairena. Yo me busco aquella cicatriz en el brazo, pero ya sólo queda en la memoria.

AQ

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