El sábado pasado, el suplemento cultural Laberinto llegó a su número 1000 y el tema que aglutinó los textos celebratorios fue el porvenir. Dos días antes, el 11 de agosto por la noche, sentí que el futuro me alcanzó no en las butacas sino en los tendidos del Palacio de Bellas Artes mientras veía Tres tercios, coreografía que presentó la compañía de danza contemporánea El Cuerpo Mutable/Teatro de Movimiento.
En junio de 2010, cuando Cataluña quiso marcar distancia con el país al que pertenece y prohibió las corridas de toros, la pregunta obligada era cuánto tiempo tardaría en suceder algo similar en la Ciudad de México. La respuesta llegó exactamente 12 años después, en junio de 2022, cuando un solitario juez federal suspendió la actividad taurina en la capital del país a petición de una asociación civil llamada, de forma redundante, Justicia Justa.
La supuesta Justicia Justa y el juez pararon una tradición milenaria y la Plaza México tuvo que cancelar corridas que ya estaban programadas. En tal contexto prohibicionista, El Cuerpo Mutable tuvo el tino de celebrar en Bellas Artes 40 años de existencia con Tres tercios, más el estreno mundial de Paisaje transfigurado, esta última una poderosa coreografía sin tema taurino que condensa la historia de la compañía dirigida por Lidya Romero.
En el año 22 del siglo 21 ya no es factible asistir a una corrida de toros en la CdMx porque la doble moral se impuso por el momento y tuvo que ser otro arte hermano, la danza, el que entrara al quite para recrear el mágico ritual.
Las filas para entrar a ver “la fiesta más culta del mundo” no se dieron en la calle de Augusto Rodin, donde está la Plaza México, sino en la explanada del Palacio de Bellas Artes. Las nubes negras y la brisa húmeda nunca pusieron en riesgo la celebración porque el recinto, como todo mundo sabe, está techado. Se llenó la sección numerada (barrera, primero y segundo tendidos), mientras que en sol y sombra general sucedió lo mismo que en la monumental, con escasa concurrencia.
Lidya Romero, elegantemente vestida de negro, se encargó personalmente de marcar el ruedo con arena y luego atestiguó la faena desde un burladero del que colgaban dos capotes. Otro burladero tapaba la vista de un aficionado de primera fila de barrera que gritaba sin vergüenza: “¡el capote no me deja ver!”.
Al ritmo de música flamenca, un torero estrella se vistió de luces frente a la multitud e hizo el paseíllo acompañado de subalternos de ambos sexos que ejecutaron vistosas suertes con los capotes, pusieron banderillas invisibles y se transformaron en reses bravas que acudían con prontitud al engaño. Las muletas brillaron por su ausencia y la suerte suprema fue incruenta para beneplácito de los sensibles antitaurinos, quienes luego cenaron tacos de suadero en las inmediaciones del coso.
Al término del programa se develó una placa conmemorativa por las cuatro décadas de El Cuerpo Mutable. Tomaron la palabra Rosa Romero, Jorge Domínguez y Daniel Goldin.
Goldin recordó la forma en que Lidya Romero y su compañía utilizaron con ingenio y audacia las instalaciones de la Biblioteca Vasconcelos durante los casi seis años en que él fue director de ese recinto: desde una coreografía para 200 alumnos de danza en la sala de Publicaciones periódicas hasta un montaje en pisos diferentes y otro más en el que la gente sólo podía ver las pisadas de los bailarines a través de los cristales opacos de los pasillos. (Una semana antes de la función en Bellas Artes, Romero le dijo a la reportera Viridiana Contreras de MILENIO Diario: “No sólo esperamos que la gente vaya a los grandes foros, sino también intervenimos el espacio público y llegamos al espectador de a pie, a esa parte de la sociedad que no ha tenido oportunidad de ir a un teatro”).
No el mencionado juez federal sino el de la Plaza Bellas Artes concedió orejas y rabo a la compañía El Cuerpo Mutable. Los alternantes salieron por la puerta grande que da a la Avenida Juárez con vista a la Torre Latinoamericana y su reloj electrónico en las alturas que marca implacable las horas, minutos y segundos que llegan y se van.
De regreso a casa, el alucinado cronista cayó en la cuenta de que Lidya Romero no sólo posee talento, tenacidad y valentía en su quehacer artístico sino que además tiene un nombre muy taurino. La “y” de Lidya no le quita el significado que posee esa palabra en el mundo de los toros sino que le da un sello único. Mientras que su apellido remite no sólo a la planta curativa que abunda en suelo ibérico sino también al sevillano Curro Romero, quien hasta en sus buenos tiempos se veía comprometido en el ruedo, pero que con una buena tanda era capaz de detener el tiempo.
AQ