No es lo mismo exigir disculpas que pedir perdón o perdonar. En el perdón hay algo generoso, de ánima grande. En cambio, quien exige disculpas no garantiza que perdonará; quizá no van por el mismo camino. Las madres mexicanas, chancla en mano algunas veces, exigen a sus vástagos disculparse; es parte de la educación sentimental de este país: Juanito, ve y pide una disculpa. Y el niño lo hace, rojo de vergüenza y quizá rabia porque a lo mejor no está convencido de haber obrado mal; la disculpa le pesa como una losa, es un atentado a su pequeño orgullo. Luego Juanito se venga de haber tenido que humillarse y golpea más fuerte al ofendido. Y cuando la justicia es guanga, la disculpa viene muy a mano.
Con el paso del tiempo los agravios se difuminan, se confunden con otros agravios: ¿qué reprochar a Atila o a los romanos a estas alturas? ¿Quizá los descendientes del neandertal que fue golpeado con un hueso por un sapiens alevoso podría exigir justicia entre nosotros? ¿Y cuándo caducan los agravios? A lo largo del tiempo, el comercio de agravios y perdones, o perdones por agravios que nunca se resolverán del todo, aumenta sus acciones en la Bolsa de valores. Los hijos de los hijos de los hijos deben pedir perdón a los hijos de los hijos de los agraviados que en realidad han terminado siendo más parecidos a los primeros. Acepto la disculpa pero me guardo un poco de agravio para tiempos de escasez. O: acepto la disculpa pero te estoy viendo, sé de lo que eres capaz. Y tus hijos y tus nietos y tus biznietos también. Mejor que no nos pidan perdón porque ahora qué les cobraremos; a los deudores hay que mantenerlos endeudados.
Qué lío las disculpas, para lo que sirven, se dirá. En nuestro México psicodélico podrían servir para un gran desfile, el Desfile de las Disculpas, ¿se imaginan? Los reyes de España, los Habsburgo que tan feo nos invadieron, los franceses, los gringos que nos robaron la Mesilla, todos desfilando muy compungidos el año que entra a lo largo de Reforma, desde el gran corredor de Chapultepec que diseña desde ya nuestra eminencia plástica. Un desfile de puro sentimiento que llegue al zócalo donde nuestro Gran Líder, en el balcón de Palacio Nacional, los perdona con gesto de mano desmayada. Ay, ya bueno, está bien, quedan disculpados. Un desfile de chirimías, penachos, trajes de chinacos, de chinas poblanas y lo que a usted se le ocurra. Sería una gran cosa, y que la financie el presupuesto de cultura; total los artistas qué. Comeríamos chiles en nogada ese día y quizá los que siguen, para no olvidar nunca los agravios y, quién quita, decir que total no perdonamos y organizar otro desfile porque a Juanito, ya saben, hay que educarlo.
AQ