Viejos banquetes | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

El colesterol es tu verdadero enemigo, les dirían a los suicidas encarnados por Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Piccoli y Philippe Noiret, no la vida.

Stéphane Audran en 'El festín de Babette'. (Especial)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Estaba acordándome de aquella película de Marco Ferreri de los años setenta, La grande bouffe —aquí le pusieron La gran comilona—, en la que un grupo de burgueses, tal como los describen las sinopsis de la época, se encierra en una casa a comer hasta morir, literalmente. Quizá ahora no se podría hacer una película así: en la versión actual, por los clósets y las ventanas de la casa se colaría un ejército de nutriólogos explicándole a Michel Piccoli que ese suflé tiene demasiadas calorías, o que a ese postre enorme con la forma del trasero de Andrea Ferreol le falta fibra. El colesterol es tu verdadero enemigo, les dirían a los suicidas encarnados por Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi, Piccoli y Philippe Noiret, no la vida.

Muy distinta es El festín de Babette, basada en la novela de Isaac Dinesen, en la que una cocinera francesa coloca frente al abismo de las delicias de la carne guisada, la sopa de tortuga y toda clase de suculencias culinarias, a un grupo de reprimidos protestantes daneses. Es un contraste similar al que viven los protagonistas de Fanny y Alexander, la fabulosa película de Bergman. Esa le agradaría más al gusto actual, aunque las recomendaciones contra el colesterol de parte de los nutricionistas no se harían esperar. Quizá, y eso se adapta mucho a estos días, la cercanía con la Navidad y los festejos de Año Nuevo ayudaría a soltar un poco la rienda: cómanse la pasta, pero no el postre, les dirían. Y los comensales felices de seguir alguna prohibición que le dé sentido a tanto jolgorio desbocado.

¿El banquete de los mendigos en Viridiana de Buñuel? Muy navideño, poético y lleno de sentido para nuestros días: la vida de los mexicanos está llena de Últimas Cenas, esas en las que se espera que el Jesús de la casa, encarnado por quien se pueda, materialice los tacos y la cerveza, o de perdida unas tlayudas y el pan dulce para engañar al hambre. Eso sí, los médicos que miraran a través de las rajaduras de la mesa —siempre hay que proponer algo muy contemporáneo— podrían opinar: si siguen así van a acabar con las arterias tapadas, mejor una ensalada de jícama y pepino, que tienen muchísima fibra.

El caso es que, en mis versiones actuales de estas películas, a las preocupaciones de los personajes por la muerte, Dios, el placer y el pecado se añadiría la muy contemporánea obsesión de contar kilos y años de vida como ganancias y pérdidas de nuestra robotizada máquina corporal, la fantasía de control de los pequeños dioses que somos. Y al gozo de comer en grupo se añade cierta vigilancia. O será que tanta serie y película con gente esbelta afecta y más en las semanas que se avecinan, ustedes dirán.

AQ

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