Los adoradores del fuego

Libros | A fuego lento

Desde los dioses de Asgard hasta la domesticidad escandinava, Vikingos, de Adrián Curiel, captura la belleza de estos grupos nórdicos durante su ocaso.

Portada de 'Vikingos', de Adrián Curiel Rivera. (Lectorum)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Después de tantos libros diseccionando la caprichosa vida en Yucatán, Adrián Curiel Rivera se toma un respiro para mirar hacia otras edades y tierras. La pausa ha valido la pena. Vikingos (Lectorum) es no solo un tributo a la aventura como propósito de la existencia sino a la escritura como protagonista de aquellas narraciones que habitan nuestra memoria.

Las peripecias, las desventuras, los buenos golpes de la fortuna, los silencios y las imprecaciones de los dioses amenazados por el empuje de la cruz cristiana trazan un amplio arco temporal: poco más de 200 años de viajes de exploración y colonización. Así que hasta nosotros llegan las acciones de numerosos personajes. Están el bromista Loki cargado de hojas de té y Odín en perpetuo estado de ebriedad; están el nuncio temeroso de los adoradores del fuego y el rey Godofredo decretando la construcción de un dique “en la esplendorosa ciudad de Hedeby”; el guerrero enfermo de tristeza y el desterrado tras asesinar a su padre; la madre que ve partir a sus hijos y la solterona que gobierna con la envidia; están el martillo de Thor y los paisajes verdes o gélidos de Islandia o Groenlandia, y el marinero condenado a remar sin rumbo por toda la eternidad.

Aunque no desdeña los fragores de la batalla (como el asedio a París durante el reinado de Carlos el Calvo), Vikingos prefiere las estampas de la vida doméstica. Las exequias de un hijo mal venido, los intercambios comerciales o la boda en una región de Escandinavia donde hombres y mujeres “practicaban el coito” a la vista de todos tienen más relevancia que las intrigas palaciegas o las incursiones a las regiones vecinas. Allá donde la tierra exige grandes cuotas de sacrificio no es de extrañar que las hachas sean sustituidas por la melancolía.

Con escasas pero clarividentes señales, Adrián Curiel Rivera va perfilando el ocaso del pueblo y los dioses vikingos. Ya estamos cerca del año 1000 y los ritos paganos comienzan a declinar ante el poder católico. Los adoradores del fuego aprenden a santiguarse y a enterrar a sus muertos. Mientras tanto, su espíritu de aventura es consumido por una atrofia de la voluntad, un síntoma del nulo atractivo que ya ejerce el mar. Con estupor, alcanzamos a ver que de aquellas legiones solo queda un iracundo bogavante.

Vikingos

Adrián Curiel Rivera | Lectorum | México | 2022

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.