Voces | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

El habla y sus muchas expresiones protagoniza las reflexiones de la autora de este texto.

Human voice, por Anandswaroop Manchiraju. (Artmajeur Art Gallery)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

La voz parece un ser aparte, un ser de aire que vive en nuestro interior. Es rara la voz, como un fantasma; quizá nuestro ser está en la voz y no en aquella conciencia que mastica sus ideas, alegrías y rencores, siempre maquinando y apartada.

A veces de un cuerpo enorme sale una voz pituda y diminuta como una timidez que habla y es su verdadero ser. Por el contrario, hay seres muy pequeños cuya voz tan fuerte y proyectada se les escapa del cuerpo, quizá a la busca de un receptáculo mayor.

Las voces se enamoran de los micrófonos; muchas veces se quedan hablando incluso cuando el que las emitió lleva tiempo de haberse ido. En las películas, los programas y los anuncios que pasan sin parar, las voces hacen su fiesta de voces y no les importa si las escuchan, pues se escuchan entre ellas.

Algunos oyen voces, coros de sombras que usan cualquier oído para decir presagios y tonterías.

Hay quien pretende dar voz a los otros a través de sus canciones y sus escritos, pero nadie les pregunta a esos otros si de verdad quisieran esa voz.

Las voces cavernosas habitan unas cuevas que preferiríamos no visitar.

Algunas voces nos rasgan cuando se rasgan, como el grito de auxilio.

El “au” de los maullidos y los aullidos siempre tiene algo doloroso.

La voz no se ve y sin embargo tiene coloratura y tono, es delgada o gruesa; es tan fuerte que la describimos pintándola como la víctima al criminal en la comisaría.

Hay voces que de tan expresivas nos dejan ciegos.

La conciencia de Pinocho es un grillo, quizá porque las culpas impiden dormir tanto como el canto de los grillos en la noche.

Leemos escuchando voces.

Esa voz impostora que oyen los demás cuando hablo es muy distinta a la que escucho desde mi interior, la voz de mis pensamientos.

Drama del ventrílocuo que perdió la voz y sólo podía hablar como su muñeco.

Los cantantes vuelan asidos a sus voces.

De la mente a las manos se desliza la voz de la escritura.

Las voces telefónicas suelen prometer personas inexistentes, como la voz del galán o la mujer seductora que decepcionan cuando conocemos su verdadero aspecto.

Pocos esperan de un gangoso telefónico que resulte ser un galán verdadero.

Unos hablan, otros sólo esparcen la voz como un regadío o una niebla oscura.

Decimos que se nos fue la voz como si hubiera partido de viaje.

Hay quien deja perdida la voz en una riña, como los borrachos la cartera.

La voz de la experiencia habla en sordina; la de la sabiduría en claxon.

En el aire respiramos voces.

Escuchó durante dos horas en el teléfono a un hombre persistente; luego de colgar se dio cuenta de que su voz se le había quedado incrustada en el oído.

Algunas voces queman y son duras, Villaurrutia, mejor no invocarlas.

AQ

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