Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 1949) creció en una huerta entre fantasmas, ciclones y pocos amigos. Lejos ya de su carrera como novelista está un pasado de deportista preolímpico que despreció por seguir las letras.
El escritor mexicano se asume como un hombre completo que no es esclavo del teléfono celular, que cocina, disfruta de la música y solo le falta aprender a bailar rock, porque las rancheras ya están bien dominadas.
Cerca de la medianoche, después de una gira de entrevistas para presentar su más reciente libro, el novelista platica sobre el profundo amor que tiene por su trabajo, su familia y más por sus nietos.
¿Cuál es su historia?
Crecí con mis abuelos en el campo, en una casa grande, oscura y recuerdo los ciclones que eran mortales, tremendos, a veces los techos de las casas se sacudían, eran como el fin del mundo. Ahí cerca de Culiacán, El Continente se llamaba el rancho donde crecí.
Cuando no había ciclones ni lluvia había fantasmas. Yo los veía recorrer las enramadas; cuando hacía calor no dormíamos dentro de la casa, sino en una enramada grande y ahí andaban los fantasmas, eso es lo que más recuerdo de mi niñez, aparte de la huerta de mangos, naranjas, mandarinas, guayabas.
¿A qué le gustaba jugar?
En los ranchos hay muy pocos niños y las casas están muy separadas una de otra, yo tenía solo un amigo, no jugaba mucho con él y tenía un primo que también es mi gran amigo, platicábamos en vez de jugar. Íbamos a nadar porque había canales.
Yo jugaba a las canicas, que es un juego que puede ser solitario y pues nomás, porque de muy niño yo me iba con mi abuelo y mis tíos al campo, aunque no trabajaba sí aprendí lo que es la vida.
¿Qué hace cuando no escribe?
No soy televidente, veo beisbol y futbol americano, pero poco tiempo, y puedo ver videos musicales; a veces camino, no me gusta ir a los sitios de reunión. De vez en cuando voy a un café en Culiacán, que es el que sale en mi novela, el dueño es mi amigo y luego nos sentamos a platicar, pero muy poco tiempo, no soy callejero. Prefiero estar en casa.
¿Cómo pasa el tiempo libre?
No tengo tiempo libre. Leo, escribo, camino un poco. Nada más porque soy de las personas que todavía no lo ha atrapado el celular.
¿Le gusta practicar deportes?
Sí, como no. Fui marchista preolímpico y tuve experiencias importantes como atleta y sí me gusta mucho, cuando veo más televisión es durante los Juegos Olímpicos, en Panamericanos.
¿Cuál fue su mayor logro como marchista?
Fue en una competencia de California, Estados Unidos, me ofrecieron tres becas para pertenecer a equipos de tres universidades.
¿Qué música escucha?
Depende del humor que tengo, puedo oír música clásica, jazz, blues, pero del rock me gusta sobre todo Led Zeppelin. Escucho a los Beatles, cada vez los valoro más como movimiento social que hicieron; los Stones, también me gusta Rod Stewart por la voz tan rara que tiene y su presencia escénica. De México me gusta el rock mexicano El Tri, Café Tacvba, la Maldita.
¿Baila?
Claro. Bailo los ritmos regionales de mi tierra. El rock nunca quise aprenderlo, pero sí aprendí lo que es la música de banda y después cuando estudié en Ciudad de México aprendí a bailar cumbias mexicanas y colombianas.
Su comida favorita...
Me gusta mucho la comida del mar, sobre todos los pescados, y puedo cocinar un filete elogiable por mi familia.
¿Qué no le gusta de nuestra realidad?
Lo que más detesto es la pérdida de valores humanos que hay en el mundo y que se refleja en los gobiernos, los cuales no responden a las expectativas; el calentamiento global, la modernización de la educación, es decir, algo pasa en el mundo y tiene que ver con la falta de culturización en las universidades, que los egresados no salen con un nivel cultural, pueden ser muy capaces, pero les falta la parte humana, la que nos une como humanidad y hablo desde la UNAM hasta Cambridge.
¿Ha cumplido sus sueños?
Creo que no todos. Quizá por eso soy un hombre que no para, aún estoy haciendo aprendizajes que debí hacer de joven, como los idiomas, eso me mantiene vivo y quizá aprendería a bailar rock.
¿Es feliz?
No creo mucho en eso, estoy completo, tengo una esposa que amo, es una gran mujer con un proyecto propio. Tengo dos hijos y una hija que son extraordinarios, también tengo dos nietos y una nieta que son unos niños bien plantados, muy activos, dan muchos motivos para quererlos y me hacen sentir un hombre completo.