El santo patrono de la comunidad autónoma de Cataluña es Sant Jordi, que se celebra el 23 de abril, la misma fecha que la Unesco estableció como el Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor, con lo que se unieron dos festejos, sobre todo en Barcelona, donde las calles se llenan de miles de personas con un libro o con una rosa en las manos… claro es, hasta ahora.
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La iniciativa se convirtió en una tradición que traspasó fronteras y hasta océanos, porque en muchos países se empezó a replicar la idea de hacer convivir a un libro con una rosa, así como propiciar un festejo alrededor de los creadores, pero en especial de los lectores, de esos lectores que este año ya no pudieron salir a las plazas debido al confinamiento por el covid-19, lo que ha dejado al acto de leer como un verbo netamente singular, cuando se buscaba volverlo plural.
Instituciones culturales que ya estaban acostumbradas a celebrar el Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor, además de algunos espacios culturales, decidieron unir esfuerzos con pequeñas editoriales para ofrecer un programa celebratorio virtual en torno a un objeto que parece estar en una crisis bastante severa.
IMAGINAR Y RESISTIR
Aunque “a través de la lectura siempre hemos podido escapar del encierro, la lectura nos convierte en humanos y nos permite imaginar, resistir, frente a cualquier adversidad y ser permanente críticos”, como dijera Jorge Volpi al comenzar la Fiesta del Libro y la Rosa organizada por la UNAM, ahora de forma virtual.
Se ha hablado, en distintos momentos, de cómo el encierro ha influido en la creación literaria: Bocaccio y la escritura de El Decamerón, o Shakespeare y El rey Lear, pero también la lectura se ha convertido en una herramienta para sobrellevar el confinamiento: “Escribir y leer tiene que ver con una cualidad óptica, con agrandar lo pequeño, acercar lo lejano”, en palabras de Mónica Lavín.
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“Me parece esencial lo que la lectura nos puede proveer en este tiempo: esta situación, subraya, el que los libros más allá de la distancia física siempre están allí, siempre acortan distancias con todo: con el pasado, con el futuro, con las geografías, con los estilos, las preocupaciones o las tradiciones literarias, son esa prueba de que no se necesita el contacto físico con un mundo ficticio para que este mundo exista”.
Geney Beltrán recuerda que, si bien muchos libros han sido escritos con el propósito de hacer daño, ya sea a otra nación, a una comunidad o a una persona, son esos objetos los que más “han enriquecido la vida humana”.
Anamari Gomís confiesa que en estos días ha estado muy desconcertada, “picando lecturas de por aquí y por allá”, por lo cual decidió enfocarse en un escritor que no solo es de sus favoritos, sino que le permite calmarse: Philip Roth. Releo una sus novelas que más me han gustado, Némesis, que trata sobre la epidemia de polio a finales de los años 40 en Estados Unidos”.
Y ADEMÁS
MIENTRAS LLEGA EL DÍA SIGUIENTE
Antonio Ortuño piensa que cuando el confinamiento termine habrá dos resacas: la de la crisis y la tratar de reacomodar al mundo, entre el duelo propio y ajeno. Mientras llega, vive con la lectura de un libro de relatos de Vanessa Téllez, un estudio de Anselm Jappe sobre Guy Debord, una novela de Flann O’Brien y otra de Alek Popov, La caja negra.