La dramaturga Bárbara Colio nació en Mexicali, Baja California, pero ya es más chilanga que las marchas y la niña de los colchones.
Ya desdeña la contaminación y puede detener con total autoridad a un vendedor de tacos de canasta para zamparse una orden de chicharrón prensado.
“Eso sí –aclara–, no he llegado a la última frontera: las tortas de tamal. Eso ya me parece un extremo muy cabrón”.
En 2017 ganó el Premio Juan Ruiz de Alarcón por su trayectoria, y sus obras Pequeñas certezas y Cuerdas “ya se mueven solas” por el mundo.
¿La vida es un drama?
Es más una comedia.
¿México es un drama?
Es una obra inclasificable. Un país convulso, pero fascinante.
¿Cuáles son tus obsesiones?
Comprender ciertos caminos de la psique y la naturaleza humanas.
Tu currículum da para una larga obra de teatro.
Un stand up.
¿Quieres bajarte del mundo?
¡Para nada! Esto es como un viaje en microbús: vamos por una calle con muchos baches, con lluvia, pero avanzamos. Eso me atrae.
Tu proceso creativo consiste en hacer preguntas y responderlas. ¿Existe Dios?
Creo en Dios, por usar una palabra entre muchas, y considero que es El Gran Dramaturgo.
¿Habrá vida tras la muerte?
Cuando muera me enteraré.
Pequeñas certezas y Cuerdas son tus hijas más aplicadas.
Siempre llegan de la escuela con una estrellita en la frente.
Gabo quería mucho a El coronel no tiene quién le escriba, pero Cien años de soledad manda en su obra. ¿Vives ese conflicto?
No. Es una fortuna que Pequeñas certezas y Cuerdas sean tan bien acogidas dentro y fuera del país, aunque mi corazón está repartido en todas mis obras.
¿Existe tal cosa como un estilo mexicano de hacer teatro?
No creo.
¿Quiénes influyeron en ti?
José Sanchis Sinisterra y Hugo Salcedo, como maestros.
¿Acoso sexual en el teatro?
Acoso sexual, psicológico, profesional, de invisibilización...
¿Cómo ves el #MeToo?
Es el más reciente bastión contra el acoso sexual. Si no han servido las denuncias ante autoridades y medios, queda la justicia inmediata: el escarnio público del acosador.
¿Casada, soltera, enamorada?
Soltera.
¿Algún amor platónico?
Puros amores realistas.
¿Cuándo supiste que ya eras ciudadana chilanga?
En el medio maratón de 2017. Cuando corría por las calles, con la contaminación encima y media ciudad tapizada con publicidad de Cuerdas, me dije: Esta es mi ciudad, de aquí soy. La nacionalidad chilanga la obtuve varios años antes con mi credencial del IFE.
¿Qué disfrutas más de CdMx?
Su calidad de ciudad antigua y la idea de que no la he conocido toda.
¿Qué te molesta?
¡Que les valga madre el peatón!
¿Cocinas?
Hago un arroz al horno que te mueres y unas enchiladas con salsa de tres chiles que a’i te encargo.
¿Qué querías ser de niña?
Lo que fui de niña y lo que soy ahora son lo mismo. De niña inventaba los juegos y sigo haciendo eso. Una obra es un juego donde participa mucha gente.
Tu momento más feliz.
Pienso que está por venir.
¿La última vez que lloraste?
Hace unos días. Me tomaron una foto muy parecida a otra que me hizo mi papá de niña. Coincidió con el aniversario de su muerte y lo tomé como un saludo.
Tus placeres culposos.
Las quesadillas de chicharrón prensado y asaltar al señor de los tacos de canasta. Eso sí, no he llegado a la última frontera: las tortas de tamal. Eso sí me parece un extremo muy cabrón.
¿Te arrepientes de algo?
Ocuparte en algo que ya pasó es una pérdida de tiempo.
¿Con qué personaje platicarías toda una noche?
Con la Malinche. Le diría: “Dime cómo estuvo la cosa, cómo jugaste tus piezas para pasar de esclava a mujer de negocios”. Es otra persona inteligente que pasó a la historia con el estigma de mujer mala.
¿Qué le dirías a Trump?
Pagarás el daño hecho a las familias de migrantes que separaste… ¡Y además, tu pelo es espantoso!
¿La política es una obra surrealista o teatro del absurdo?
Es una obra muy mal escrita que empieza cada mañana con el monólogo de un tipo que se cree gracioso y piensa que es un chiste quitarle recursos a investigación, a enfermos de cáncer, a la ciencia y las artes. Y cree que le vamos a aplaudir. Ni siquiera llega a teatro.
¿Qué está leyendo?
Un cuarto propio, de Virginia Wolf.