Cuando Shari Mason entra al escenario de Bellas Artes o de la Nezahualcóyotl, uno siente sin remedio esas hormigas de López Velarde ante “la cálida vida que transcurre canora con garbo de mujer sin letras ni antifaces, a(nte) la invicta belleza que salva y que enamora…”.
Desde los tres años empezó a tocar el violín. Su conversación es también apasionada sobre otras artes que la han seguido nutriendo incluso desde el ADN, como la arquitectura (su padre es arquitecto), las artes plásticas, la historia, la literatura o los viajes.
Una anécdota revela un matiz de su carácter que le dio un asiento acaparado —hasta ella— por hombres en la música: de niña estudiaba piano, pero al ver que sus hermanos mayores tocaban el violín, cambió a este instrumento y pidió al maestro le enseñara a interpretarlo.
Mujer encantadora en la etimología musical de esa palabra, la concertino de las sinfónicas Nacional y de Minería hechiza con triple majestuosidad: de elegancia y belleza, de talento al violín y liderazgo de orquestas, y de inteligencia y cultura cuando habla.
En entrevista cuenta con fruición, con gestos, con toda su humanidad, no solo palabras, cómo se paralizó ante El beso (sus ojos verdes refulgen); cómo Gaudí le parece lo más cercano a mirar la música, cómo Brahms es el amor de su vida y cómo se reencuentra en los laberintos genealógicos de García Márquez, al que reclasifica como un escritor-sonrisa.
Y uno se acuerda entonces de Remedios la Bella.
Tal vez no sea ninguna coincidencia que sus iniciales sean S. M. Shari Mason.
Para usted, ¿qué es el poder?
No me gusta ver mi puesto como de poder, no es así; es de mucha responsabilidad, de liderazgo, para hacer equipo, crear unión con el grupo, directores y solistas. Desde el punto de vista del concertino, considerarlo puesto de poder podría malinterpretarse como algo que no tiene que ver con el arte, y el arte es inclusivo, unión; no un mandato, sino inspiración.
La pregunta iba al “empoderamiento” de las mujeres en el discurso actual.
En la sociedad hay que buscar una igualdad, pero en el arte no hay género, somos seres humanos que tenemos que expresarnos y compartir lo que llevamos dentro y hacer una conexión con otro ser humano. En ese sentido no veo género, sino inspiración.
¿De qué otras artes se alimenta una músico?
La arquitectura me fascina, la pintura, la unión que existe entre las artes, su historia con la música, que siempre ha venido un poquito atrás en el camino. Me gusta muchísimo ir a museos, viajar, ver en una ciudad las influencias que tiene de arquitectura, de historia; saber que esa pintura se inspiró o inspiró tal obra musical, o esta gran catedral que inspiró.
En Ciudad de México, ¿qué edificios le inspiran?
Uno de los lugares que más me sorprenden es donde se encuentra el Palacio de Bellas Artes. En una cuadra ves tantas corrientes, influencias e historia: Correos, Minería, la Torre Latinoamericana... Esa zona me parece increíble, me aísla de todos los problemas y caos de la ciudad.
En sus viajes, ¿qué ciudad la ha atrapado tanto como para decir: me voy?
Uy, hay muchas. Pero una de las que más me han llamado la atención es Berlín, ciudad fantástica, tiene una de las orquestas que más amo y admiro. Me pareció admirable ver su reconstrucción, no sigue flagelándose con culpas, avanza. Berlín siempre me enamora.
¿Cuál es el concierto más emotivo para usted en su carrera?
Uno de los más especiales para mi corazón fue cuando en una gira por Europa con la Sinfónica Nacional, en 2016, tocamos en la Musikverein de Viena. ¡Pensar que era la sala favorita de Mahler y de tantas generaciones de artistas increíbles que se han presentado ahí! Y tuvimos el grandísimo honor de tocar música mexicana, La noche de los mayas, Huapango, algo impensable antes. El impacto de la gente escuchando a Revueltas era increíble, esa sensación la voy a guardar en mi corazón.
Usted siempre cita a Mahler y Viena, ¿qué hay de la pintura?
En Viena, uno de los momentos más increíbles fue ver a Gustav Klimt en vivo, El beso, me quedé fría, paralizada, no podía yo reaccionar, ni mover los pies; la energía de esa pintura es la de Gustav Mahler, la que siempre ha tenido Viena como centro artístico.
¿Cuál es su arquitecto favorito?
Siempre me ha gustado muchísimo Gaudí, su manejo de la forma, de la naturaleza, de la luz, tan orgánico; me parece lo más cercano a la música que he podido ver.
¿Se identifica con algún personaje en especial?
No sé si me identificaría yo, pero sí identificaría a muchos de los personajes con gente que conozco, de mi propia familia. García Márquez me parece mágico, siempre es una sonrisa.
¿Qué libro la ha entusiasmado tanto como la música?
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.