Recuerdos de Rosenda Monteros

Peripecia

Despedimos a la actriz, directora y productora, Rosenda Monteros quien partió el pasado 29 de diciembre. Desde el inicio rompió moldes y siempre estuvo dispuesta a aprender

La actriz mexicana, quien nació el 31 de agosto de 1935 y murió el 29 de diciembre de 2018
Alegría Martínez
Ciudad de México /

El 2018 se llevó a Rosenda Monteros dos días antes de que llegara el año nuevo. Estudiaba La Celestina, que estrenaría en 2019 y con la que deseaba romper los moldes, como lo hizo desde que salió de su natal Veracruz para estudiar en la Ciudad de México, donde sus tíos rechazaban la idea de que estudiara una actividad artística, a la que se dedicó sin pedir permiso.

El 30 de diciembre, la voz de Rosenda resonó en la Sala Héctor Mendoza, donde fue velado su cuerpo. Su pronunciación pausada se escuchaba en la grabación de un ensayo en el que la poesía de Fernando de Rojas, adaptada por ella, envolvía su féretro, al centro de una escenografía rebosante de fichas y palabras. La actriz fue despedida amorosamente en el escenario, como le hubiera gustado, de donde partió hacia la carroza fúnebre, entre notas de La Chacona de Bach, que había elegido para su montaje de amor, pasión y muerte.

Infatigable, de una generosidad didáctica dulce, firme y serena, la carrera de Rosenda Monteros fue una lucha a brazo partido, como dijo la actriz, directora y productora, que si bien reconocía tener muchos años de mover el abanico, estuvo siempre dispuesta a aprender, a experimentar, a absorber “como esponja madre” todo lo que le permitiera crecer sobre el escenario y romper convencionalismos morales. 

Amorosa, elegante y valiente, rebelde desde niña, Rosenda Monteros, a quien se menciona como la actriz que inauguró el Teatro de los Insurgentes, donde alternó con Cantinflas, confesó con humor que lo hizo en el papel de Palmera dentro del grupo de bailarines de la obra Yo, Colón, a los 18 años de edad, en 1953. 

“La suma de experiencias equivale a la fruta que madura y cae por gravedad”, decía una tarde apacible desde su cama, junto a sus gatos. “Yo empiezo actuando y disfruto mi actuación con mucha intuición y poco conocimiento, pero poco a poco se mezclan y negocian ambas partes. Así arranca la experimentación que dura años en conseguir los instrumentos que debes seguir trabajando hasta que ya estén dentro de ti, marcados en tus pulmones, en tu diafragma, en tu pelvis, en todo. No es asunto de musas, sino de trabajo físico, como el de los bailarines, hasta que el músculo, la voz y el pensamiento, se marcan, cobran vida y hacen su labor”. 

Ocupada en trabajar por un alto nivel del idioma rumbo a la excelencia teatral, sentenció: “Cuando un país es corrupto, lo primero que se corrompe es el idioma. Vamos a lavarlo, a saber usarlo y a entender que nuestro mayor don en la vida es la palabra, conscientes de que la comunicación con la palabra correctamente usada, al sacarle su sabor, su saber, su olor y teniendo todo esto bajo la piel, se puede entonces dejar de lado y hablar entonces como a uno le dé la gana, pero ya estará ese tesoro dentro de ti, que es lo que no sucede”.

Cierta de que por su porte y temperamento fue llamada para hacer papeles fuertes, Rosenda Monteros se sintió encajonada por algunos directores, pero al recordar la última obra en la que intervino, en el papel de Numancia, dijo divertida que el joven director Juan Carrillo le advirtió al principio que haría un personaje circunstancial. “¿Cómo, si la obra se llama Numancia? ¿Vamos a verla un poquito y luego no la veremos nunca más?, le pregunté. ‘Quiero que abras la boca y salgan las palabras. No pongas ningún dramatismo actoral, tiene que salir de muy dentro de ti un dolor por los numantinos que conmueva al público sin que hagas el mínimo esfuerzo’, me dijo Juan. Fue muy difícil. Con mucho trabajo logré suavizar el temperamento, dejarlo de lado, buscar una característica diferente y abrillantarla. Juanito decidió que yo estuviera a lo largo de toda la obra como una presencia, un recuerdo de que Numancia está vigilando y cuidando a sus numantinos hasta el final, en que mueren por hambre, sitiados por el ejército romano, y entonces ella reúne a su pueblo y muere con él. Así el mío se convirtió en un personaje entrañable. Numancia fue el amor de ese momento. Después el tiempo, como un ajedrez, va colocando en su lugar las piezas y entonces resplandecen las que por una razón u otra se quedaron más dentro de tu ser”.​

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