Con más de 12 años de no ingerir ningún tipo de drogas ni alcohol, el gran campeón mexicano Julio César Chávez es un ejemplo de superación no solo a nivel deportivo, sino personal, ya que además del éxito que consiguió como boxeador, también logró recomponer el camino de la adicción cuando parecía no haber salida.
En una vieja charla con el podcast Dementes, Julio César confesó que tocó fondo cuando su consumo de droga hizo que lastimara y ofendiera a su familia, tachando de “puta a mi esposa, cuando puto era yo”, imaginando que su madre le robaba e incluso alucinando “al diablo”.
Y aunque reconoce que no aceptaba ningún tipo de ayuda, poniendo “guardaespaldas armados” en su casa para no ser molestado, Julio César recuerda cómo fue la primera vez que aceptó internarse en una clínica de rehabilitación.
El engaño de Omar y Chávez Jr para internar a su padre
Después de tanta insistencia, Chávez, “para que no estén chingando y me dejen en paz”, aceptó internarse en una clínica de Guadalajara, a la cual fue llevado con engaños por sus hijos Omar y Julio César junto a su esposa, pues se le había prometido que en dicho lugar estaría solo un mes y con todas las comodidades.
Sin embargo, fueron cuatro meses los que Julio César estuvo encerrado con un trato como cualquier otro de los pacientes en una zona con condiciones deplorables, situación con la que tuvo que lidiar a la mala.
“Me meten y volteo y veo a 120 cabrones todos cochinos y mugrosos y me dicen ‘échale humildad, cabrón, por hoy te vas a quedar aquí’, y le dije ‘pero por qué, pendejo, ¿qué no sabes quién soy yo?’, ‘sí, ya sé quién eres tú, eres un pinche adicto más que todos aquí’, me dijo”, y la furia de Chávez iba en aumento: “‘estás pendejo, soy el gran campeón mexicano, cómo voy a estar con esta bola de mugrosos, sáquenme de aquí o los voy a agarrar a chingazos’”, recordó.
Noqueó a cinco pero lo golpearon entre 20
Ante la impotencia que en ese momento sentía, Chávez se vio envuelto en una bronca en la que, recuerda, noqueó fácilmente cinco empelados del lugar; sin embargo, después recibió una golpiza entre 20 personas.
“Me agarro a chingazos, se vienen cinco cabrones y a los cinco lo noqueo, me pegaron unas patadas y todo, pero me chingo a los cinco, pero con 20 cabrones… me pegaron una santa putiza entre todos y me amarran”.
El baño de humildad y la recaída
Después de los “cuatro meses más amargos de toda mi pinche perra vida”, Julio César tenía lapsos de aceptación, donde admitía que aquel presente era lo que él merecía; sin embargo, le carcomía la idea de estar amarrado y encerrado teniendo afuera un imperio que no podía disfrutar.
“Lloraba un chingo y decía ‘¿qué hice para merecer esto?’ Yo tenía una mansión afuera, yo tenía mi avión privado, mi yate, tenía todos los carros que te puedas imaginar en la vida, de Lamborghini a Ferrari, tenía como 25 carros ahí arrumbados, una mansión con 10 cuartos, alberca y todo, con casa en el mar”, dijo.
Al salir de la clínica, Chávez amenazó a los dueños con “echarles”a sus “amigos” narcotraficantes de la época: “‘les voy a echar al Chapo Guzmán, hijos de su puta madre, ahorita va a venir en helicóptero por mí el Mayo Zambada, El Azul, Esparragoza, Amado Carillo. Van a ver, les voy a quemar el pinche lugar’, les decía”.
Julio confesó con tristeza que dicho encierro fue en vano, puesto que salió resentido con su familia y se drogó de nueva cuenta, aunque hoy en día es amigo de las personas que lo recibieron pero los hizo cambiar la dinámica en la rehabilitación de los internos: “actualmente somos muy amigos, pero sí cuando salí de ahí les eché chingazos y cambiaron todo, cambiaron el procedimiento porque era muy duro, los tenían parados en el rincón y ahí se cagaban y se meaban”.