Uno de los fenómenos mediáticos más sintomáticos de 2018 fue el cañonazo Luis Miguel, la serie.
¿Por qué? Porque esta coproducción, que en Estados Unidos se vio por tv abierta y en México, por Netflix, representó muchas cosas importantes.
Primero, como se distribuyó a un ritmo de un capítulo por semana, obligó a una nueva generación de televidentes a esperar, a digerir y a comentar, como se hacía antes con las telenovelas.
Segundo, como se trató de la bioserie de una figura viva, catapultó la carrera de Luis Miguel, reposicionó su música y lo volvió a colocar en la opinión pública nacional.
Tercero, como todo esto coincidió con la parte más álgida de las campañas electorales, de los debates presidenciales y de otros conflictos, sirvió de válvula de escape para miles de personas.
Y cuarto, como se trató de un éxito inesperado, nadie sabe con certeza si habrá más temporadas o cuándo se podrían observar, dejando al descubierto muchos y muy penosos huecos que existen en la industria de la televisión nacional y panregional.
Luis Miguel fue, por un lado, una serie, una propuesta llena de aportaciones literarias, actorales y de producción.
Fue muy impresionante la respuesta del público ante aquellos capítulos donde se jugaba con el tiempo y donde se viajaba de Argentina a las playas de Acapulco y de Italia a la Ciudad de México.
La gente hizo de Luisito Rey, el personaje de 2018, y de Óscar Jaenada, el actor que le dio vida, una revelación como no se veía en años.
Por otro lado, fue un trabajo diferente, donde se recrearon espacios, momentos, lugares. Un trabajo que triunfó incluso en las redes sociales.
Pero, también hay que decirlo, Luis Miguel fue una telenovela, un melodrama seriado lleno de lugares comunes, de mentiras y de errores.
Por más que sus responsables lo quieran disimular, aquello fue como la más barata producción de Valentín Pimstein (Rosa Salvaje, 1986) donde el protagonista moría de desesperación por encontrar a su madre entre lágrimas y risas, y donde las truculencias y los falsos suspensos hicieron con las audiencias lo que quisieron.
Hubo actuaciones que no tuvieron nada que ver con las personas de la vida real a las que supuestamente encarnaban, ni con la edad y el tono que se requería.
Hasta el youtuber Juanpa Zurita, que no tiene nada de actor, salió ahí para jalar rating. Esto es una estrategia viejísima, lamentable, como esa visión de absoluta perfección que se quiso construir alrededor de Luis Miguel.
Ningún ser humano en el mundo entero puede ser así de guapo, talentoso, intenso, visionario, maravilloso, sensible, responsable, ético y divino. ¡Cuento de hadas total!
Pero lo peor, insisto, fueron los errores y las escenas que costaron millones de pesos plagadas de broncas de continuidad; objetos que no debían de salir a cuadro y asuntos que no coincidían con el lugar ni con la época que se buscaba representar. A pesar de eso, los “exigentísimos” espectadores del siglo XXI cayeron cautivados ante la magia del melodrama como lo peor de la sociedad de 1958.
Por eso le digo que Luis Miguel, la serie fue uno de los fenómenos mediáticos más sintomáticos de 2018, una nota sobre la que vale la pena reflexionar no solo en términos mediáticos, también en términos sociales.
Cómo no queremos que las cosas retrocedan en política, economía y en otras fuentes, si en algo tan simple como la televisión, las multitudes estuvieron clamando, con casos como este, por volver al pasado. ¡Cómo!