Aunque ¡Qué Payasos! arrancó su camino musical con el slogan de Rock para niños y no tan niños a principios de los años 80, gracias su incursión en el programa Súper Vacaciones, la amistad entre sus integrantes, Beto Batuca y Nacho Mostacho, comenzó muchos años antes, entre el cotorreo escolar, el gusto por la creatividad y las payasadas.
Fue a mitad de la década de los 70, mientras ambos estudiaban en un CEDART, recuerda Nacho, que “había un chavo que se creía divino, tan pesado, siempre solo en un rincón. Y yo decía: 'Qué pesado güey'. Hasta después de meses empezamos a entendernos, a llevarnos bien y después nos hicimos amigazos de la vida”. Ese chavo era Beto, quien a partir de su gustó por la pintura – sigue como pintor de brocha talentosa -, en especifico por los payasos y arlequines de Picasso, invitó a su nuevo compinche a “hacer una payasada”.
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Payasada que se convirtió en un grupo musical ajeno a la competencia, adepto a compartir y que a través de canciones como “Alicia” o “Que no te digan” – que han sonado en programas de televisión, en el extinto Reino Aventura, en el Foro Sol, Bellas Artes y en la plaza de un pueblito de Tlaxcala – provoca viajes en el tiempo para quienes crecieron escuchándolos; un rock para revivir al niño interior.
Aprender a hacer el ridículo
Para Beto, ¡Qué Payasos! es un estado de ánimo. “Es como respiro. Si ahorita mi compadre y yo tuviéramos una presentación ya cercana, también va a ser un respiro para los demás, porque en ese momento te vas, compartes, te integras. Es una descarga de energía”, señala.
“Es algo igualable. Hay veces en que las palabras no son suficientes para explicar lo que se siente; la música, subirme al escenario, yo lo comparo con una adicción. Si no me subo en determinado tiempo a un escenario, me empiezo a poner mal, de mal humor, me da depresión. La música, si no la pudiera yo hacer, sería desesperante; me tranquiliza, me dan ganas de seguir haciendo sonidos. No me explico una vida sin música”, agrega Mostacho.
Respecto al enfoque creativo de la banda, ambos afirman que lo suyo no va en pos de cierto prestigio o éxito de masas, sino que “es más libre, la posibilidad de compartir lo que eres a través de lo que sabes hacer o de lo que te salió hacer. Lo que hacemos es compartir, porque al final la función deja de ser de nosotros para convertirse en la función de todos. Y el que no participa, no juega”.
Además, señala Batuca, otro gran valor del grupo es su facultad de “hacerle perder el tiempo a los demás. Eso es lo más maravilloso, porque en ese momento que estás perdiendo el tiempo quizá encuentres algo padre. Hemos tenido toda la vida para perder el tiempo y lo hemos perdido siempre, de cualquier manera”.
Pero tras tantos años de pintarse sus rostros, provocar sonrisas y transportar al público a momentos más apacibles, distantes del caos cotidiano, surge la pregunta: ¿Qué es ser un payaso en México?
“Es contracorriente. La gente piensa que el payaso es un subempleo. Lo veo como algo que no tiene... como tiene que ver con el ridículo; a nadie le enseñaron a hacer el ridículo y los payasos somos especialistas. A la mayoría de la gente le enseñaron que 'No te hagas el payaso, somos hombres o payasos'”, responde Beto.
Por su parte, Nacho subraya que “ha sido complicado eso del payaso, pero es maravilloso. Si todos explotáramos lo payaso que tenemos dentro de nosotros, esto sería otra cosa, nos llevaríamos mejor. Aunque yo no sé lo que es ser un payaso; cuando empecé, no tenía referencias, no había una escuela. Yo no me considero un payaso porque no sé lo que sabe un payaso, pero sé lo que hace un ¡Qué Payaso!”.
Por lo tanto, ambos recomiendan perder el temor a hacer el ridículo: “Te enseñan de todo, menos a amar y a hacer el ridículo. Y es por eso que cuando te rompen o rompes el corazón, no tienes la capacidad para decir: 'Esto es un ridículo y lo voy a superar'. Hay que enseñarles a los niños que la vida es un ridículo y que hay que aprender a aceptarla también”.
Niños de de hoy
“A los niños los veo bien pilas, los veo haciendo cosas que yo de niño era incapaz de hacer. Son diferentes condiciones, pero siguen siendo los mismos pelados. Lo importante es que ninguno de nosotros olvidemos lo que es ser niño; ellos tienen más cosas que enseñarnos a nosotros, que nosotros estar pretendiendo enseñarles. ¿Qué les enseñamos? ¿A cómo destruir el planeta? ¿Cómo hacer guerra? ¿Cómo hacer basura? ¿Qué pretendemos al decir que los educamos?”, dice Mostacho, quien de pequeño admiraba a vaqueros como el Llanero Solitario y Roy Rogers.
Beto piensa que afortunadamente los pequeños “son niños en todas las épocas; tienen esa virtud, ese súper poder, de ser niños, como nosotros los fuimos, y es maravilloso que podamos tenerlos cerca porque vamos a aprender siempre con ellos, vamos a seguir jugando y seguir ilusionándonos”.
Ante los desafortunados casos de niños cooptados por el crimen organizado, el pintor señala que esto es responsabilidad de “la desintegración que tenemos socialmente”. Aunque agrega que la pandemia, con todo y su problemática a nivel salud, potenció una alternativa a la infancia: “La educación en la casa”.
“El estado de ser niño es una facultad que hemos tenido todos y que no debemos desperdiciar. Nosotros como tutores, ya seamos padres de familia, padres adjuntos, maestros o un simple ciudadano, tenemos que darles la facultad a los nuevos seres que se desarrollen y puedan descubrir las herramientas; mostrarles que tienen la facultad de descubrirse a sí mismos”, concluye Batuca, siempre fan de Kalimán.
yhc