Los miércoles, después de misa, hay varias actividades en el albergue Nuestra Señora de Guadalupe de Reynosa, Tamaulipas. Y ahí, sonriendo y aplaudiendo, es casi imposible distinguir que antes, muchos de los migrantes, fueron secuestrados por días e incluso meses por el Cártel del Golfo para extorsionar a sus familias.
Pero no tienen muchas más opciones que permanecer en la ciudad fronteriza donde fueron víctimas de un levantón, porque no hay dinero para regresar a sus países de origen, y las citas para solicitar asilo en Estados Unidos tardan, como mínimo, 3 meses.
Los albergues de Reynosa son comunidades en el amplio sentido de la palabra. Están organizados; cada uno tiene una tarea: ir de compras, cocinar, cuidar la puerta o cortar el cabello.
Un joven migrante ecuatoriano recuerda en entrevista con MILENIO:
“Fue algo terrible, porque cuando estaba llegando (a Reynosa), el señor del bus frenó y prendió las luces, porque era de noche, como las 11 de la noche. Nos bajaron del bus, nos llevaron por unos callejones a un lote baldío, y de ahí nos quitaron los teléfonos y como a los 20 minutos llegó otro bus y nos subieron, después nos llevaron como a una casa y ahí nos tuvieron, nos quitaron las pertenencias”.
Estuvo secuestrado 22 días, hasta que sus padres pagaron mil 200 dólares para que lo liberaran. Solo le devolvieron sus documentos de identidad.
Por eso, como explica el misionero Leonardo Moctezuma Mora, colaborador de la Casa del Migrante de Reynosa, “los albergues son un oasis en el camino”, o más bien, en el infierno.
Los albergues que hay en Reynosa, dirigidos por comunidades religiosas, actúan bajo principios samaritanos. Ahí les dan de comer, les dan agua, un lugar para vivir, uno para bañarse y ropa.
La hermana Catalina Lucas explica sobre su labor; es responsable de la organización de la Casa del Migrante:
“A veces llegan sin ropa, pues necesitamos ropa, la alimentación, la misma gente de Reynosa, la comunidad, sí nos apoya, con alimento, por medio de parroquias, grupos de parroquiales”.
Héctor Silva dirige las dos casas del Migrante denominadas Senda de Vida, en la misma ciudad, donde puede albergar más de 3 mil personas al mismo tiempo. Como ocurre con Nuestra Señora de Guadalupe, ha visto cómo el flujo migratorio solamente crece.
“En vez de andar cerrando fronteras se necesita alguna ayuda, algún apoyo, porque se trata de familias; la mayoría de ellos huyen (…) Son seres humanos los que están tratando de sobrevivir para ingresar a otro lugar”, comenta sobre las políticas migratorias actuales al norte del Río Bravo.
Colusión con transportistas
Los migrantes llegan y se van solos de Reynosa, pero además están a expensas de ser puestos en manos del crimen organizado. Al menos tres migrantes explicaron a MILENIO que los conductores de autobuses que llegan a Reynosa están coludidos con el cártel local, el Cártel del Golfo, para facilitar secuestros.
Un joven venezolano que consiguió 14 mil pesos para que lo dejaran libre, recordó:
“Lamentablemente, al llegar aquí a la ciudad de Reynosa, fuimos interceptados por el Cártel del Golfo. Nos bajaron a poco más de 45 personas y fuimos secuestrados (…) nos trasladaron a un sitio cercano de la terminal de Reynosa, parecía una especie de hotel, de hospedaje, y allí nos despojaron de nuestros teléfonos celulares, nos metieron a una habitación y luego nos trasladaron en un bus hacia las bodegas que ellos utilizan para mantener a las personas secuestradas”.
El joven venezolano cuya familia pagó mil 300 dólares por su vida dijo:
“Tienen complicidad con las líneas de los autobuses, porque ellos no deben permitir que un extraño se suba en el autobús si no tiene pasaje y no es viajero. Entonces, lo que hacen es que inducen a la gente a que se baje, los van manipulando y luego los llevan a la fuerza hasta montarse en un vehículo y piden extorsión”.
Decisiones como el reforzamiento de la frontera cerca de la región de Reynosa tiene dos resultados. Algunos migrantes han decidido permanecer en Reynosa y apostar a obtener una cita para solicitar asilo en Estados Unidos. Pero otros se han sentido presionados por, quizá, perder una oportunidad para cruzar el Río Bravo.
Jesús Ávalos, misionero en la Casa del Migrante, explicó:
“Entran muchas veces en una dinámica de angustia donde a veces los lleva a decisiones que tal vez no sean las más correctas, a pasar los muros entregándose o por otros métodos; por ejemplo, a través de los coyotes”.
Pero es que la nueva estrategia del gobierno estadunidense no avanza tan rápido como la llegada de migrantes desde Centro y Sudamérica a su frontera. La aplicación CBP One, a través de la cual se asignan las citas, solo otorga mil 750 casos al día, “y pues el flujo migratorio lo rebasa por mucho, nosotros simplemente aquí en la casa del migrante en las últimas semanas hemos tenido ingresos de 40 diarios”, detalla Ávalos.
EDD