Desde que pusieron el albergue migrante en Apizaco, la tranquilidad desapareció para los vecinos de la colonia Ferrocarrilera, en Tlaxcala. Hoy, aseguran, incluso viven con miedo.
“La malla es por seguridad, no antimigrantes”, dicen los residentes de la tercera privada Álvaro Obregón, donde esta semana se colocó una reja con púas que divide la calle del albergue migrante Sagrada Familia.
“No estamos contra ellos, sabemos que tienen derecho de buscar una vida mejor, lo único que queremos es tener mayor seguridad”, dice Margarita Lima, vecina de esta privada.
Autoridades municipales y habitantes de esta colonia insistieron en que esta decisión sea racista o discriminatoria.
Denunciaron que a partir de la presencia de migrantes, principalmente centroamericanos, la inseguridad aumentó en la zona: asaltos, robos de autos, irrupción en casas, migrantes drogándose, incluso violaciones y hasta asesinatos.
“Entre migrantes se matan: al año hay cuatro o cinco personas que tienen problemas y amanecen muertos”, dice Julio César Hernández, alcalde de Apizaco.
El presidente municipal revela que la propuesta del comité vecinal para dividir la calle de la casa migrante era más severa.
“Querían poner una barda, pero llegamos al acuerdo de colocar una reja que está abierta de 7 de la mañana a 10 de la noche y después se cierra”, explica el edil panista.
Esta casa del migrante tiene una capacidad para 100 personas, pero este año se ha visto rebasada e incluso han llegado a recibir hasta 300 migrantes, quienes terminan durmiendo a pie de las casas de los vecinos.
“Ahora ya no podemos salir a las 7-8 de la noche. Tenemos que resguardarnos en nuestras casas por la inseguridad que hay”, acusa Mónica Ramos, vecina de la colonia Ferrocarrilera.
“Ya no existe la tranquilidad que teníamos antes y se siente miedo porque hay gente que no conoce uno, no sabemos a expensas de qué está en la puerta de tu casa”, abunda Julio Flores, del comité vecinal.
En casi 20 años de existencia, unos 50 mil migrantes han pasado por este inmueble en Apizaco, estimó el cura Elías Dávila, encargado del albergue.
“Hay personas que gracias a dios cooperan mucho con los migrantes, pero también hay otras que, por la influencia de Trump, son racistas. La malla es signo de discriminación, de desprecio al migrante, de decir: ‘Aquí no pasa el migrante por ser migrante’”.
El clérigo acepta la molestia de los vecinos por la presencia de migrantes, pero pide tolerancia y reitera que debe retirarse la reja.
“Sí hay migrantes que sí son malillos, pero también vienen mujeres y niños. Tlaxcala tiene más de 100 mil migrantes en el extranjero, así como queremos que nos traten hay que tratar a los demás”.